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Pcastilla
Fotografía: Jesús Massó

Le he enseñado a jugar al ajedrez. Tiene siete añitos. Como de costumbre, él abre la partida. Y como siempre, lleno de ilusión y esperanza por triunfar, me dice: “Abuelo, hoy te voy a ganar”. Le miro a su radiante carita y me digo: “La cara no es el espejo, es el alma”; plena de inocencia, rebosante de confianza, mirada transparente, palabras de verdad, pureza de pensamientos, ganas de vivir la vida y saborear cada momento sin necesidad de ambiciones materiales ni artificios; solo le basta un alegre amigo que le acompañe en sus sueños y juegos de nobles fantasías.

Absorto en mis reflexiones, muevo pero no juego. Continuo mirándole, ¡Dios mío! ¿Qué futuro le vamos a dejar?, ¿Qué mundo heredará?, ¿En qué momento comenzará a traspasar la frontera, donde abandone esos inmaculados valores infantiles y vaya asumiendo algunas maldades de los adultos? Me invade la zozobra por el devenir de mi nieto y, quizás, por el de otros muchos más.

¡Abuelo, jaque mate! Su vocecita exultante de alegría me devuelve a la realidad. No puede ser, el mate Pastor que le enseñé la pasada semana había acabado con mis angustias….Él, tan lleno de futuro, me había ganado, además, el presente. Yo, sin apenas futuro, había perdido también el momento.

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