Fotografía: Jesús Massó
Cuesta pensar que hubo un mundo mucho más avanzado que el nuestro. Un mundo donde, en la más absoluta libertad de pensamiento, palabra y omisión se hicieron los grandes descubrimientos que hoy nos sirven para tirarnos los trastos a la cabeza. Porque el mundo que hoy conocemos y por el que nos movemos haciendo equilibrios, es mucho más estrecho que el que un día decidió que la Universidad de Bolonia –la que todos consideramos no sólo la primera, sino la más guay- no sabía responder a todas las preguntas. Fue entonces, en 1222, cuando un grupo de estudiantes y algunos profesores, en señal de protesta pero fundamentalmente movidos por el ansia de experimentar y de conocer, se trasladaron a Padua, y bajo la consigna “Universa Universis Patavina Libertas” fundaron una universidad tan peculiar como moderna. Laica desde sus orígenes, civil en todas sus acepciones, cimentaba sus estudios de derecho y de artes –medicina, filosofía, astronomía, gramática y retórica- en la libertad. Libertad académica para investigar y enseñar, y libertad para aprender. Fueron los propios alumnos los que redactaron los estatutos, los que elegían a los profesores entre los más grandes científicos y oradores del momento. Los que designaban a los rectores –no siempre entre el profesorado, también entre los alumnos- y los que, en definitiva, posibilitaron que durante los siglos XV y XVI, Padua fuese el centro del mundo. Copérnico y Galileo enseñaron –y aprendieron también- en las aulas del Palacio del Bo. Miguel Servet, Versalius y Morgagni, también, y sentaron las bases de la medicina moderna, arriesgando su “alma” –al fin y al cabo, eran malos tiempos para la heterodoxia- en beneficio de la ciencia. El espíritu de tolerancia y conocimiento permitió que Elena Lucrezia Cornaro Piscopia obtuviese el título de Filosofía y con él, el de primera mujer universitaria del mundo en 1678. Cuesta pensarlo. Cuesta pensar que desde la propia universidad, alumnos y profesores participaran activamente en las luchar del resurgimiento para la Independencia italiana o que durante la segunda guerra mundial se rebelaran contra el fascismo, sacrificando muchas vidas para reconquistar la libertad.
Sí. Hubo un mundo mucho más avanzado que el nuestro. Un mundo donde la libertad jugaba en el bando de la humanidad.
De cuando en cuando, es necesario mirar hacia detrás. No por nostalgia, ni por miedo, sino porque en cada uno de nuestros logros, en cada uno de nuestros avances, en cada una de nuestras reivindicaciones, hay una lista de hombres y de mujeres que ya lo hicieron en otro tiempo, poniendo en juego mucho más que nosotros.
Siempre he pensado que hay que saber de dónde venimos para saber a dónde vamos.
En Padua conviven en completa armonía el bullicio universitario con el recogimiento sofocante de El Santo. La vértebra de Galileo expuesta en una vitrina del aula magna y la capilla de las reliquias junto a la lengua incorrupta de San Antonio.
Es cuestión de pensarlo. A veces, entre el blanco y el negro, se descubre una gama de grises bastante interesantes.