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M ariza
Fotografía: Jesús Massó

¿Alguien recuerda el monólogo de Antonia San Juan en Todo sobre mi madre? Una sombra avanza sobre las tablas. El telón está echado, y el público llena el patio de butacas. Pero en vez de comenzar Un tranvía llamado Deseo, es La Agrado quien aparece en la palestra. “Por causas ajenas a su voluntad, dos de las actrices que diariamente triunfan sobre este escenario hoy no pueden estar aquí. Así que se suspende la función”. Pero en vez de limitarse a dar la mala noticia, el personaje empieza a improvisar, e invita a los espectadores que lo deseen a quedarse, y a disfrutar de un show algo más frívolo e intrascendente que el drama que habían ido a ver. Pues bien, salvando todas las distancias, es justo lo que me dispongo a hacer ahora.

La dirección de ETP tiene a bien invitarme a publicar en sus páginas cada cierto tiempo, algo que me entusiasma, pero que me supone siempre un nuevo reto. Como podrán ver en la nota biográfica de más abajo, no soy ni periodista ni un profesional de la escritura. Así que dependo de un montón de factores para llevar a buen puerto mi colaboración. Carezco de la disciplina necesaria para escribir de un modo continuado, de ahí que mis obras completas no contengan más que un puñado de canciones, un par de comedias, y algunos cuentos y artículos. A pesar de todo, acepto la invitación de colaborar con esta revista siempre que dispongo de tiempo, y cada vez que lo hago me esfuerzo por dar lo mejor de mí.

Pero esta vez no pude abordar el artículo como me habría gustado. Una larga mudanza, el catarro que aún arrastro, y otras vicisitudes con las que no quiero aburrirles, me impidieron hacerlo. Necesito empezar rumiando la idea durante algunos días. Y digo “rumiar” porque es el verbo que mejor describe esa parte del trabajo previo. En realidad no pienso ni estructuro ni nada que se le parezca. Solo le doy vueltas a la idea dentro de la cabeza, como ropa en una lavadora. No sé cómo, eso hará que todo sea un poco más fácil cuando decida sentarme a escribir. Pero, incluso llegado ese momento, soy un autor indeciso y puñetero, así que siquiera esta última parte del proceso me suele salir de un modo fluido. Al final, el tiempo se me echaba encima, tenía que entregar el artículo hoy y anteayer siquiera había empezado a plantearlo.

Ese es el motivo por el que estoy aquí, como La Agrado, contándoles mi vida y milagros, a falta de una propuesta mejor, asumiendo la misión de salvar los muebles, echándole morro a la posibilidad de colocar este texto apresurado entre la calidad crítica y analítica de mis compañeros colaboradores. Así que pueden pasar al siguiente artículo si lo desean, pero como diría La Agrado: “A los que no tengan nada mejor que hacer, y para una vez que venís al teatro, es una pena que os vayáis. Además, si les aburro hagan como que roncan, así: grrrrr. Yo me cosco enseguida y para nada herís mi sensibilidad, eh, de verdad”.

Y ya que les estuve hablando del modo en que me enfrento al hecho de escribir, se me ocurre que podría ahondar por ese camino un poco más.  En los talleres de creación literaria, a la mayoría de los alumnos les interesan los trucos usados por los escritores más veteranos. Yo no soy un autor de éxito, así que los consejos que pueda darles no les ayudarán a triunfar en la literatura, pero resulta que llevo juntando palabras bastante tiempo, cuento con un reducido grupo de amigos que aseguran que no lo hago mal y, sobre todo, necesito con urgencia un tema para este artículo que ya llevo por la mitad, así que me decanto por seguir por ahí.

Pero descuiden, para evitar que mis consejos literarios se les hagan bola, les daré forma de decálogo. La efectividad comercial y didáctica de esta fórmula se remonta ya a los tiempos de Moisés. Así que ni vaselina ni ostias, nada como dividir cualquier cosa en diez trocitos para que entre mejor. También empezaré a usar la segunda persona del singular para hablarles a partir de ahora. Quedará más íntimo y amigable. Y, ya por último, y teniendo en cuenta que son las mujeres quienes más leen y escriben, y puestos a cumplir con la razonable cuota de un lenguaje no sexista (pero alejado de esas fórmulas que buscan contentar a tod@s y que me son inasumibles), les propongo usar el femenino como género neutro. No estoy cien por cien seguro, pero creo que sería la segunda persona del femenino/singular. ¿Os vale? Pues ahí van mis:

Diez consejos para escritoras nóveles, tengas la edad que tengas.

-Empieza por poner una palabra detrás de otra, y sigue todo el tiempo que puedas. Procura no mirar atrás ni releer. Se trata de comprobar hasta adonde eres capaz de llegar. Pronto descubrirás que es una actividad muy distinta a pasar las mañanas chateando. Escribir sin un interlocutor que te responda es algo parecido a hablar con una pared. Una actividad de locos que empezará a perturbarte desde el primer momento. Siento la mala noticia, pero era importante que lo supieras.

-Si a pesar del riesgo psíquico que ya sabes que entraña, estás decidida a pasarte media vida sola, encerrada en tu cuarto y delante del procesador de textos, allá tú. Tarde o temprano te verás obligada a adoptar, o adaptar a tu estilo, la triste reflexión de Truman Capote: “Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse”. Hacerlo no te servirá de mucho, ya te lo digo yo, pero dará a tu carrera literaria un toque drama queen muy efectista. Suerte.

-Empieza a comportarte como un genio en cuanto hayas terminado tu primera página. Da igual su calidad, la literatura necesita de nuevas niñatas que se sueñen Virginia Woolf y adolescentes idiotas y chulescos como Rimbaud. Es una cuestión de sangre nueva, de troncos que arrojar al fuego de la literatura universal. Si tu primera página la escribes a los cincuenta años, este consejo también vale para ti. Es solo que dispones de menos tiempo. Aligera.

-Toda opinión personal envejece de un modo lamentable, así que mejor ahórrate la tuya al escribir. Si acaso te vieras obligada a exponerla, deja bien claro que opinar es algo que no te tomas muy en serio. Aunque mi consejo es que no te tomes muy en serio nada que hagas. Tampoco a ti misma ni a tu carrera literaria Y mucho menos cualquier cosa que yo pueda decirte. Y que conste que no te quiero confundir. Hazme caso.

-Confía en las palabras cuyo significado conoces, y en la alquimia que te brinda su mezcla. Antes de empezar a usar el inglés que acabas de aprender, prueba a aproximar conceptos como manzana y limadura de hierro. La escritura se construye así, arrimando palabras e ideas, y confiando en que el chispazo que generan provoque un incendio. Añadir a tu castellano palabras en inglés sería echar agua fría sobre aceite hirviendo. No va a prender de ninguna manera, solo te salpicará, te quemarás y al volver de urgencias te tocará limpiar la cocina.

-No es necesario que tú lo seas, pero intenta que tu obra parezca inteligente. Hablamos de un mirlo blanco, un valor escaso, y más en estos tiempos. Pero por nada del mundo renuncies a parecer un sabio despistado. Para ello no cites a Wittgensteins sin ton ni son (y este consejo ya me duele dártelo, pues es un apellido capaz de dignificar hasta un reportaje del Pronto). Tampoco necesitas abordar los principios de la astrofísica en cada página que escribas, recuerda que se puede hacer una crónica inteligente hasta del Sálvame. Yo intento suplir mi falta de inteligencia abusando del sentido del humor. Porque aunque no son lo mismo, inteligencia y humor se parecen casi como dos monedas de un euro, y en el fondo tienen un valor idéntico.

-A medida que avances como escritora, sentirás que el demonio de la narrativa te empieza a poseer. Asumirás retos más y más complejos, y los roles acabarán siendo tan distintos a ti misma, que habrás de esforzarte muchísimo para empatizar con cada personaje. Es una actividad muy enriquecedora, cierto, pero cuyas consecuencias tendrás que empezar a asumir tarde o temprano. A Flaubert se le atribuye un “Madame Bobary soy yo”, y puede que eso mole mazo, pero significa también que alguien se está callando un “Heidi soy yo”, o un “Yo soy Fu Manchú”. Así que si no estás preparada para que tus lectores crean que eres clavada a la protagonista de tu novela, ahórrate el disgusto.

-Escribir tiene mucho más que ver con la jardinería de lo que pudiera parece. Así que cuando creas tener el texto terminado, coge las tijeras de podar y desbroza sin miedo. Respeta la estructura que sostiene el follaje, claro, pero corta cada rama de cuyo extremo no cuelgue una flor o una fruta. Este consejo vale solo para la prosa. A un poema tendrías que hacerle la manicura. Es algo mucho más delicado. La poesía se duele y sangra si no la tratas con el cariño que se merece.

-“No te andes con rodeos. Sé conciso y breve, que cada frase sea un puñetazo a la cara del lector”. Esta es una tontería que nos repiten mucho los narradores americanos y sus acólitos. “Para aprender a escribir, lee a los clásicos”, nos dicen en cambio los autores europeos. Pero prueba a leer a Shakespeare y su concisa capacidad expresiva. En vez de “amanece lloviendo”, te soltará “el astro de fuego se eleva sobre las viejas lágrimas mundo”, y se quedará tan ancho. Así que mejor pasa de todos los consejos y escribe lo que te salga del mismísimo moño. No hagas nunca caso a nadie.

-Y sobre todo, y por encima de todo, no te pares a pensar en qué debes escribir ni cómo debes hacerlo. Si has decidido escribir, huye siempre hacia adelante. Es justo lo que termino de hacer ahora para cumplir mi compromiso con ETP.

Esto son los diez consejos que os doy ahora, pero tenía otros. Gracias por vuestra flexibilidad lectora, amigos. En mi próximo artículo intentaré ser un poco más ortodoxo. O igual no. Besos.

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J machuca
Fotografía: Jesús Machuca

Hace poco más de cuatro años, en noviembre de 2013, lo encontré herido, donde él siempre paraba. Alguien le había hecho mucho daño. Buena parte de la piel estaba levantada y aparecía en carne viva. Se habían tomado el esfuerzo de empezar a despellejarlo, y eso no fue más que el principio. Días después, el tormento aumentó a ojos vistas. La carne aparecía levantada, como una disección hecha sin instrumentos cortantes, a mano y sin consideración alguna. En el caso de haber pasado por un médico, seguramente habría sido desahuciado, pues en plena intemperie, no pasaría del invierno que estaba al caer.

Se trataba de uno de los naranjos de la Plaza de San Francisco, el más próximo al callejón del Tinte, junto a la fachada del Hotel de Francia y París, cuya copa puede ser tocada desde el balcón del primer piso. Para quien haya paseado por Cádiz, es imposible no haberlo rozado. Entiéndase: al menos una vez en la vida (o cientos) has pasado a un metro del naranjo, como casi mil personas lo hacen cada hora. Y quizá la cercanía provocó el daño, no por radiación ni por goteo, sino porque alguno de los muchos que pasaron por allí se fijó en él y  decidió que violentarlo era una buena forma de entretenimiento, y  trató a un árbol como a un palo, sin otro provecho que el placer que da la posesión temporal, el gusto por maltratar porque uno puede, porque quiere y quién va a decirle que no, si de una u otra manera también es suyo.

Yo quería que esta columna también fuera una crónica. Así, creo que debería contar lo que pasó con este naranjo. Junto a su compañero de la derecha siguió sufriendo daños. Las heridas llaman a otros depredadores, así que tocó sufrir sucesivas arrancadas de corteza y de madera,  como el parásito que no deja regenerarse una costra, empeñado en alimentarse de la sangre mientras la herida siga abierta. Y nunca vi a nadie recreándose en este daño indefenso. No tuve esa suerte, aunque para mí no hubiera significado más que un desahogo y muy poco para el árbol.

Medio año antes de empezar este calvario había caído el drago del patio de la Escuela de Artes y Oficios vecina, la del callejón del Tinte. Entonces hubo rasgamiento de vestiduras y manifestaciones de dolor digital y analógico, acusaciones de negligencia al Ayuntamiento, un dolor que tenía que ver con la antigüedad y el valor histórico del árbol que se remontaba al siglo XVIII y que debió de ver pasar a todas las figuras doceañistas Por tanto había caído un árbol con un valor histórico añadido al botánico.

A pesar de los antecedentes, y de la pena del árbol caído, la conciencia de protección a los árboles de nuestro entorno siguió siendo mínima. Daba igual para este insignificante naranjo. Lo natural es lamentar la muerte de los que antes  ignorábamos y seguir ignorando a los vivos, por más homenaje que merezcan. El naranjo, entonces era un naranjo más, modesto dentro de la riqueza de especies de árboles en Cádiz. Ahora el naranjo ya es otra cosa, pues con él se ha cumplido esa frase que viene a decir que para saber quién es uno mismo, necesita de los demás, de la estima profesada o el daño infligido, y de que otros seres le hayan hecho un daño que pueden haber puesto en peligro su vida. Ha precisado de los otros para enfrentarse al mundo y,  sin tenerlo previsto, terminar convirtiéndose en un superviviente.

Ahora lo veo desde una de las terrazas abiertas todo el año en la Plaza de San Francisco. La parte del tronco sin corteza ha oscurecido algo en este último año. Parece haber cerrado heridas, aunque lo surquen cicatrices y calvas. A pesar de todo, luce una de las mejores copas de la plaza. Mientras tanto, ya le han colgado una guirnalda de luces para el alumbrado navideño. Día sí, día no, al pie pelado del tronco se puede ver el rastro de la meada de un perro. A estas alturas, seguro que eso ya no le  importa.

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J garciaSupongo que para los muchos que en este planeta sienten una pasión delirante por el llamado ‘deporte rey’ el titular de este artículo debe haberles parecido un sacrilegio o una aberración intelectual. Lo sé. Y asumo las consecuencias. Si recurrimos a esos lugares comunes que utilizan los grandes comentaristas deportivos, el fútbol no debe mezclarse nunca con la política, el fútbol es solo deporte, tiene su propia razón de ser… bla, bla, bla. Todos sabemos, desde los tiempos del circo romano, que los grandes eventos deportivos son un importante instrumento de propaganda al servicio del emperador, propicio para distraer la atención sobre sus cagadas. Y si no, que se lo pregunten al Daesh, que ha sabido utilizar la imagen de Messi a modo de ‘marketing del terror’ para hacer la guerra sucia al gobernante que está apuntalando el régimen de Al Asad en Siria.

Por ello, y salvando las distancias (creo que) obvias con el Daesh, yo también digo: no a la pompa futbolera de Vladímir Putin, apaguen ustedes el televisor el próximo verano, no queremos que extiendan ningún tupido césped sobre nuestros torturados y nuestros muertos.

Casi coincidiendo con el sorteo del Mundial de Fútbol 2018, que se celebrará en la Federación Rusa entre el 14 de junio y el 15 de julio del próximo año, fuentes especializadas en la actualidad LGTBIQ del mundo informaban de la detención, tortura y posterior asesinato del cantante ruso Zelim-Kahn Bakayev, de 26 años, durante su estancia en Grozny, en Chechenia, la gran chapuza política del régimen putiniano. En concreto, Igor Kochetkov, fundador de Rusian LGTB Network, corroboró que la causa de su detención fue la conocida orientación sexual del cantante.

Bakayev le ha puesto así rostro al centenar de personas que ya han sido exterminadas en los campos de concentración antigays de Chechenia que denunciaron a principios de año periódicos opositores rusos como el Novaya Gazeta, y cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo sin que se escucharan más que tímidas expresiones de incertidumbre, estupefacción o repulsa de las cancillerías occidentales e, incluso, de los partidos de la izquierda internacionalista. ¿A quién le importa la vida de un puñado de maricas, la mayoría musulmanes, cuando está en juego no solo un evento tan inmaculado como el Mundial de Fútbol, sino, sobre todo, los importantes lazos e intereses económicos que Europa mantiene con Rusia? Que no estornude el emperador, por favor.

Será que se están dando por buenas las explicaciones del presidente Ramzan Kadirov, el caudillo que Putin ha colocado en la república norcaucásica para contener los impulsos secesionistas en la región, que han desangrado Chechenia durante décadas de acciones terroristas y guerras claramente abiertas. Kadirov ha negado la evidencia espetando que en Chechenia no se persigue a homosexuales porque no los hay. Tan estrambótica explicación no le ha impedido manifestar su posición sobre el colectivo LGTBIQ a la cadena norteamericana HBO, a quien dijo que “los homosexuales son demonios, no personas”. En fin, la Historia ya nos ha enseñado que las manifestaciones más brutales y cruentas de los fascismos que han arrasado nuestras sociedades desde el siglo XX comienzan siempre por el proceso de deshumanización ‘del otro’, aunque sea ‘un otro’ endógeno, próximo, relativo, como los homosexuales que viven junto a nosotros en nuestras ciudades y nuestros pueblos.

Así las cosas, el apoyo de Putin al sátrapa del Cáucaso no solo está asegurado por la necesidad de contener el secesionismo checheno, sino porque ambos coinciden en el régimen político-sexual que ha de instaurarse en la Federación Rusa, donde están prohibidas las manifestaciones LGTBIQ y todo acto que pueda ser tachado de ‘propaganda homosexual’. La Rusia que encarceló hace unos años a Pussy Riot ahora extermina a los gays en el cuarto oscuro de su federación en un nuevo pulso a Occidente por la hegemonía cultural en el mundo.

No obstante, la identificación de ‘los homosexuales’ con ‘el otro’ no es, desde luego, patrimonio de estados autoritarios y remotos como Rusia o algunos países gobernados por el fundamentalismo islámico. Es un hecho recurrente en gran parte de las sociedades modernas. La Francia gaullista persiguió a estos ‘homosexuales’ identificándolos con los ocupadores nazis y el gobierno colaboracionista de Vichy, la España franquista con los rojos derrotados en la Guerra Civil e, incluso, la Rusia soviética y estalinista los castigó duramente como síntoma social de la decadencia burguesa.

Sí, ya sé lo que podrían objetar. Ni los campos de concentración antigays de Chechenia son la única violación de los derechos humanos perpetrada por la Rusia de Putin, ni sería la primera vez que un mundial de fútbol estuviera organizado por un régimen de visos fascistoides. El Mundial de Argentina, por ejemplo, se celebró bajo la mano de hierro del dictador Videla.

Pero ya va siendo hora de que cambien las cosas. Existe no solo esta, sino también muchas otras razones igualmente poderosas para irse a la playa y a las terrazas este verano, desconectar el televisor y el wifi de los dispositivos móviles y hacerle una gran peineta digital a la Rusia de Putin.

De nuevo, un fantasma recorre Europa, pero, esta vez, nosotros no le llamaremos camarada.

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F de la riva
Fotografía: José Montero

Se pasa uno la vida breve agobiado por las cosas de Cataluña, la corrupción, la aprobación de un reglamento de participación ciudadana que deja fuera a gran parte del tejido asociativo de la ciudad, el cambio de nombre de las avenidas gaditanas, o de qué se yo qué cosas… Y, entre tanto, el mar se lleva a los amigos con los que compartes sueños, te pierdes el espectáculo fascinante de ver jugar a los niños en San Juan de Dios, o dejas de tomarte esa tapa de menudo con los amigos de los taninos.

Con mayor frecuencia de la que deberían, las cosas importantes se nos escapan entre los dedos mientras nos atrapan otras que, se mire por donde se mire, no lo son tanto. Y no es que no lo sean todas las que he citado al  comienzo de este escrito, es que lo son mucho más las que cierran el párrafo.

Todo ello nos ocurre en clave personal, porque nada hay más importante que la amistad y los afectos, que la ternura y la belleza, que la bondad y la solidaridad. Son cosas que nos hacen mejores, más capaces de actuar en el mundo, de hacerlo un poco más habitable. Y, sin embargo, a menudo nos vemos emboscados en la estúpida competencia por tener más y aparentar más.

Pero también nos ocurre como comunidad, como sociedad y hasta como especie. Las fuerzas oscuras del mal, que alimentan el odio y la codicia, la violencia y la injusticia, prefieren que nuestra atención –personal y colectiva- esté alienada en el fútbol, las banderas, la televisión, el patriotismo de casapuerta, el incienso de las cofradías o las tertulias del corazón.

Están empeñadas en que no nos hagamos preguntas incómodas -especialmente para sus privilegios- en que no nos preocupemos, ni  menos aún nos ocupemos, por las cosas verdaderamente importantes.

En estos días pasados, 15.000 científicos de 184 países (la mayor concentración de inteligencia colectiva de la historia) lanzaban una alerta para salvar el planeta. Ya nos habían avisado hace 25 años, urgiéndonos a reaccionar frente al cambio climático –resultado del impacto brutal del capitalismo salvaje-  antes de que éste pusiera en peligro la propia supervivencia de la especie humana. Pero no hicimos ningún caso.

O, por ser más justos, a los poderosos del planeta les pareció más importante seguir acumulando riquezas, a costa de la desigualdad, el empobrecimiento y, especialmente, del deterioro progresivo del medio natural. Y han hecho todo lo posible –con gran éxito- para que estuviéramos preocupados y ocupados en consumir, consumir  y consumir. “Consume hasta morir”, propone el lema de un colectivo “antisistema”. Como dice Slavoj Zizek, “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.

Todas las estimaciones dicen que los cambios del clima, con sus graves consecuencias económicas, sociales y geopolíticas, van más deprisa de lo que anticipaban las previsiones más pesimistas. Ya no nos sorprenden las noticias sobre desastres naturales, huracanes devastadores, lluvias torrenciales, sequías históricas… Estamos anestesiados ante ellas, al igual que digerimos anteriormente las imágenes terribles de las hambrunas. Es más, algunos se alegran todavía en los telediarios de que “se alargue la temporada de verano y la ocupación turística”. ¡No hay que ser carajote!

Los científicos y los expertos nos avisan también del agotamiento de las reservas de combustibles fósiles, de sus consecuencias sobre las guerras venideras y sobre el colapso de nuestro sistema basado en el consumo del petróleo.

Anuncian que en los próximos 30 años, si no lo remedia algún milagro improbable, se producirá el fin de este modelo civilizatorio que consiste en el crecimiento sin fin de la producción y el consumo. La fiesta del capitalismo salvaje se está acabando poco a poco, aunque parezca mantenerse en pie. No en vano están de moda las películas y series de zombis.

De todo ello no hablan los medios de comunicación, ni los políticos (de derechas e izquierdas). Es un tema tabú. No vaya a entrar en pánico la gente y les dejen de votar,  o se empiecen a hacer preguntas y pidan cuentas a los poderosos y a los gobernantes por no haber hecho nada para evitarlo.

Las cosas más importantes hoy son prepararnos para el colapso que viene, fortalecer nuestras comunidades sociales, su convivencia y solidaridad, el cuidado mutuo, la capacidad de cooperar y trabajar en equipo, la inteligencia colectiva, la economía social y solidaria, la agricultura urbana y ecológica de proximidad, la soberanía alimentaria, las energías limpias y sostenibles, el reciclaje y la reutilización de recursos y tecnologías apropiadas…

Pero estamos abducidos por las cosas menos importantes, y nuestras calles ya están llenas de luces navideñas, los comercios se empeñan en vendernos un montón de cosas que no necesitamos y en pocos días atiborraremos nuestras barrigas en interminables comidas y cenas familiares.

Y, lo más importante: ¡Ya queda menos para el Carnaval!

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Lolo garcia
Imagen:Pedripol

Lo políticamente correcto, lo correctamente político, eso puede ofender a, eso me ha ofendido mucho oh. El papel de fumar con la que nos la cogemos, el papel en la sociedad que pillamos, el papel que se tacha a sí mismo y se pliega ante los demás, el papel que nunca perdemos porque nuestros papeles ya están perdidos desde el momento que nos apuntaron en un papel. Segmentar por temas, evitar cualquier hecho susceptible de ser hiriente. Las víctimas de los atentados, las mujeres que se mueren (cuando las matan), los hombres que confunden violación múltiple con sexo en grupo, los manquitos, los youtubers, los mariquitas, los gorditos, los celiacos, las personas con capacidades diferentes, los que se consideran a sí mismos normales o políticamente incorrectos. Los que son la medida de las cosas; de todas las cosas sin medida. Los que necesitan la aprobación de los demás y la reprobación de los otros. Los diversos (las diversas), los conversos (las conversas), el coño de tu hermana (los cojones de tu primo). Yo, tú, él, nosotros, vosotros y, sobre todo, ellos.

Todo es ofensa, todo es aduana en las fronteras del humor limítrofe y limitado. Todo esto antes era campo y se ofenden los de Medina. No sabes con quién estás hablando y se mosquea la Asociación de Mudos de Conil.  Colgado de un barranco duerme mi pueblo blanco y ya tienes a toda Olvera en pie a las 8 menos cuarto de la mañana si hace falta (si hace falta, se ofende Sergio Ramos). Todos ofendidos, todos distinguiendo entre lo que es humor y lo que no es gracioso, en lo que me ofende a mí porque perpetúa roles que me ofenden a mí, porque Carrero Blanco tenía familia, porque Lluis Llach tenía una estaca, porque comer perdices cuando sé es feliz, sin tener en cuenta el sufrimiento que se le deriva a estas elegantes y sufridas galliformes, es bastante ofensivo. El humor nunca es frontera porque es camino, porque es río y es vereda, porque se puede llevar todo el alcohol y el tabaco que quieras sin tener que rendir cuentas a nadie, porque no ofende el que quiere sino el que realmente no quiere ni lo necesita.

Tampoco creo en eso que dicen que el límite del humor es el propio humor, como marcando un estándar de calidad, una élite de la risa, poniendo guettos, que no son fronteras pero también hacen difícil la circulación, la transformación y el entendimiento. El humor malo o desafortunado, afortunadamente también es humor. Porque el único límite del humor es la palabra límite. Y el carnaval, por supuesto. En este año de tuiteros condenados, de persecución mediática, de que todo hijo de vecino sea vigilante, cuando incluso la gente más tolerante corre a buscar un ejemplo de humor incorrecto o de comentarios desafortunados dentro de las redes sociales de los menos tolerantes, espero que no se vaya a poner el foco en una fiesta donde la libertad (al menos de palabra) hace años que no se ve amenazada por la opinión pública. Por los represores sí, pero eso no está en la mano o en la piel más fina que gruesa de los que formamos el pueblo ofendido o susceptibles de ofenderse. En el COAC no le tengamos miedo a nada que no sea un popurrí de coro, en la calle no tengamos miedo a otra cosa que no sea que ya se haga de día.

Estoy terminando este artículo y me acuerdo que este año la chirigota del grupo empresarial Chirigotas de Airón se llaman Los Susceptibles. Pienso en escribirle a Paquito Gómez para que no se ofenda por este artículo. Y luego pienso en que se pueden ofender los otros de la chirigota por poner aquí que voy a escribirle a Paquito. Y así todo. Y así siempre.

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S catalan

Sunshine pop: la imparable fábrica de etiquetas aplicó otra vuelta de tuerca a su vasto catálogo a la hora de encontrar una explícita denominación a un pop lírico y elegante surgido en la Costa Oeste norteamericana durante la segunda mitad de los años sesenta del pasado siglo. Reivindicado luego aunque depreciado durante décadas, la colectividad californiana reinterpretó algunos de los postulados del soft pop, reforzando su conexión con la psicodelia más algodonosa y menos onírica. Desde la base de los seminales The Ballroom, Curt Boettcher lideró en Los Angeles a un grupo de corto recorrido – apenas un año de vida –, convertido en eje de aquellos fundamentos…

THE MILLENNIUM

BEGIN

COLUMBIA, 1968

El sunshine pop fue una historia de vidas breves pero de monumentales consecuencias. Una gran parte de sus portavoces, de The Ballroom a Saggitarius, concentraron sus esfuerzos e inspiración en una reducida crónica que deparó notorios resultados, emanados de un núcleo de nombres – Lee Mallory, Joey Stec, Sandy Salisbury,… – entre los que brillaba con luz propia el de Curt Boettcher (1944-1987). Compositor, arreglista y productor, había curtido su talento en grupos como The Goldebrians para explayarse a partir de 1964 en un rosario de colaboraciones que lo ligó a nombres como The Beach Boys o The Association. Pero su auténtica explosión no llegaría hasta la creación de The Millennium en 1967, un proyecto donde hizo coincidir a Mallory, Stec y Salisbury a la vez que activaba otra aventura llamada Saggitarius junto a Gary Usher.

Sobre las cenizas de The Ballroom, The Millennium casó con criterio y medida la herencia del soft pop con los brotes psicodélicos, volcando sus resultados en un pop radiante y matizado, distante de las densidades y asperezas del coetáneo acid rock de San Francisco. Su manifiesto se tituló “Begin” y fue producido por el propio Boettcher y por el ingeniero Keith Olsen, cuyo papel técnico fue crucial a la hora de dar sonoridad global a un disco registrado en dieciséis pistas a lo largo de un dilatado y renovador proceso que vio la luz en 1968. Un cruce de innovadores arreglos, versátiles armonías y rutilantes efectos vocales dieron cuerpo a un lote de composiciones conectadas por plurales fuentes – de Burt Bacharach a Love pasando por A.C. Jobim – y donde el trabajo del segundo plano – Mike Fennelly y Dough Rhodes – disfrutó de una necesaria responsabilidad. Liderado por el brillo de canciones como “I Just Want To Be Your Friend” o “The Island”, la secuenciación de sus catorce cortes invitaba a un acercamiento grupal donde sus cotizados valores resultaban más apreciables. El álbum no fue plenamente entendido en su momento, situado en tierra de nadie: demasiado sutil para algunos, escasamente gregario para otros. Salvo contadas excepciones, los pesos pesados de la crítica se limitaron a realizar una trivial lectura del mismo ante la incomprensión de un mercado que también le volvió la espalda. El excesivo coste de su grabación y producción – 100.000 dólares de la época – terminó de pasar factura a un proyecto finiquitado tras su publicación pero cuya figura se han encargado de redimensionar tanto el paso del tiempo como otras maquetas y tomas publicadas con posterioridad y recogidas en “Again” (2001). La música de Millennium se contempla hoy engrandecida, como una obra categórica y seductora, punto de engarce entre la estética más distinguida y un fino sentido introspectivo. Su conexión con el no menos fantástico “Present Tense” (1968) de Saggitarius garantizó a Curt Boettcher un asiento reservado en el teatro de los sueños de aquella prolífica década.

Salvadorcatalani

 

. Saggitarius: “Present Tense” (Columbia; 1968)

. Etternity’s Children: “Etternity’s Children” (Rev-Ola, 2000)

. Curt Boettcher: “Misty Mirage” (Poptones; 2000)

. The Millennium + The Ballroom: “Magic Time” (Sundazed; 2001)