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P andres
Fotografía: Jesús Massó

Me encanta ser mujer en un mundo donde el hombre se creé mejor.

El corazón a mil, los sueños siempre floreciendo y yo mujer.

Mujer por casualidad pero gracias a la vida, con el miedo en una mano y con toda mi fuerza en la otra, levantándola con coraje hacia el infinito y gritando ¡¡yo amo, yo vivo, yo siento, yo sueño, yo puedo!!

Tuve una infancia llena de tú no juegas porqué eres niña, tú al equipo de las niñas, has ganado porque yo te dejé ganar, eres una machorra todo el día entre los niños e infinidad de coletillas de ese tipo.

El tiempo me regaló un par de alas y alcé un vuelo libre, para que no se me durmiera la voz, para que no se me secaran los sueños y no se me amargaran los momentos. Aprendí a respirar, a tomar del aire la libertad que a él le sobra, del sol tomé el calor para mis noches a solas, del mar el frío para que no me tiemble el pulso cada vez que me toque defenderme, cada vez que nos toque defendernos.

La ansiosa maternidad me llamó temprano y di vida a otras mujeres a las que ahora llevo de la mano por esta vida confusa, las enseño a caminar descalzas por este mundo que arde contra nosotras, van pasito a pasito detrás de mí mientras yo, cual safir, intento queden asombradas y observen a la vez que todo el poder está en confiar en una misma para no quemarse en el intento. Las enseño a correr en contra de un minutero soldado al reloj de la desigualdad, aquel que permanece siempre atrasado, ese al que le chirrían las agujas. No quiero que tengan que quedarse sin querer quedarse, no quiero que beban sin sed ni que sean lo que otros quieran ver. Lucho para que puedan decidir qué quieren ser y qué serán. Que puedan ser la complicidad de una hermana, el cobijo de una amiga, los consejos de una tía, que puedan ser los susurros de una pareja o, si así lo deciden, el amor incondicional de una madre; que puedan ser tierra -la mujer y la tierra están unidas por el hermoso hilo de la vida- que puedan ser siempre auténticas, de las que huelen a playa y suenan a tarde de lluvia, de las que lloran cuando duele y se secan las lágrimas con la manga para volverse a levantar lo mas rápido posible, que puedan ser simplemente personas a las que nadie juzgue por el color del que pinten sus vidas. Que puedan levantantarse, mirar al compañero y pensar: no eres mejor que yo y lo más importante es que tú lo sabes.

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L mingorance
Fotografía: Jesús Massó

“Ni machismo ni feminismo, igualdad”, “es cuestión de personas”… Seguro que os suenan estas frases hechas. De alguna manera explican el eterno debate sobre la conveniencia de usar el término feminismo o sustituirlo por igualdad. Al inicio de Podemos algunas compañeras planteaban este cuestión donde, con sus matices, había dos posiciones iniciales .

La primera venía a plantear que el término feminismo genera rechazo entre muchas personas ya que con frecuencia se asocia a lo contrario de machismo. Que sugería algo así como esa frase que circula por redes y dice: “os da el miedo el feminismo porque creéis que vamos a hacer con vosotros lo que habéis hecho con nosotras”. Quienes estaban en esta posición pensaban que había que usar el término igualdad porque era el ampliamente aceptado aunque lo reivindicasen mujeres como Le Pen, Hillary Clinton o Cristina Cifuentes. Para ellas la tarea era dotarlo de contenido y disputarlo.

La otra posición con la cuál me identifico, planteaba que si bien el término feminismo podía combinarse con otros, incluido igualdad, no debíamos renunciar a él porque tenía una profundidad del que este último carecía. Cifuentes siempre se sentirá más cómoda hablando de igualdad aunque a veces use la palabra feminismo. De algún modo, feminismo expresa el conflicto porque es una lucha para conseguir los derechos de las mujeres y eso supone enfrentar a la estructura patriarcal y, por consiguiente, los privilegios de los hombres. Por supuesto, entendiendo que hombres y mujeres no son sujetos homogéneos y por lo tanto sufren privilegios en el caso de los primeros y opresiones en el caso de las segundas diferentes y en distinto grado en función de su clase, orientación e identidad sexual, raza, etc. De hecho, muchos hombres pueden y deben ser nuestros aliados porque no luchamos contra ellos sino contra un sistema, pero esto requiere una compresión por su parte de que tienen que renunciar a determinados privilegios, sean simbólicos, de cuidados o de otro tipo según el caso. Por eso de algún modo el feminismo está vinculado a la búsqueda de la raíz (o raíces) de la opresión y a las prácticas individuales y sobre todo colectivas y de lucha para enfrentar las mismas. Esto a pesar de que muchas mujeres feministas a lo largo de la historia no se autodenominasen como tal dado, por una parte, a que su uso es relativamente reciente y, por otra, a que buena parte de las mujeres socialistas y comunistas identificaban el feminismo como un movimiento burgués que no hablaba de sus problemas como mujeres trabajadoras.

Y en todo este debate de si feminismo o igualdad, apareció Dior con su camiseta “We all should be feminists” dejando bastante claro que el feminismo ya no asustaba ni generaba rechazo en gran parte de la población, sino que vendía y por eso cada día se multiplican las mercancías por parte de diferentes empresas y grandes marcas que usan al feminismo como gancho. Hay infinitos ejemplos de como el feminismo se ha “normalizado”, “se ha puesto de moda” y ha cobrado protagonismo en espacios tales como los Goya, Operación Triunfo, Certámenes de Belleza y un largo etcétera. ¿Qué está pasando? Mi objetivo no es hacer un análisis profundo ni completo porque para responder a esta pregunta haría falta una reflexión mucho más sosegada y un espacio mayor pero si me gustaría apuntar una reflexión en cuanto a nuestro país se refiere.

Hace algunos años en una charla de Justa Montero, referente feminista, anticapitalista y miembro de
la LCR, ella apuntaba como cuándo desde las izquierdas hablábamos de las luchas que se dan en el
15M y ciclo posterior enumerábamos las huelgas generales, estudiantiles o la lucha por los servicios
públicos pero raramente nos referíamos de manera explícita a la lucha del movimiento feminista
contra la Ley Gallardón. ¿Cómo es posible que una de las luchas con más fuerza, de las pocas que
consiguió una victoria tan contundente “se nos olvidase”?

Hay por supuesto muchos factores tanto objetivos como subjetivos que explican que el auge del feminismo se da en muchos países diferentes. Pero estoy segura que en el estado español la victoria del movimiento feminista paralizando la (contra)reforma del aborto y logrando la dimisión del ministro Gallardón allá por septiembre de 2014 tuvo mucho que ver. Primero, porque logró empoderar a muchas mujeres que de una u otra manera participaron o empatizaban con aquellas movilizaciones que se dieron a lo largo de muchos meses. Tuvimos la experiencia de que la lucha sí sirve y tomamos conciencia de nuestra fuerza. Y segundo, porque el movimiento logró poner sobre la mesa con mucha fuerza ideas clásicas del feminismo, destacando muy especialmente las relacionadas con el derecho al propio cuerpo y el derecho a decidir. Creo que la interacción entre ambos factores ha hecho que muchas de las ideas que el feminismo ha dicho históricamente encuentren a día de hoy una importante identificación en buena parte de la sociedad. Algo así como “lo logramos porque teníamos razón”.

Esto no significa que vivamos en una sociedad feminista ni mucho menos. Por desgracia, polémicas absurdas como el disfraz de María Romay, concejala de Fiestas de nuestra ciudad, demuestran que a algunos les escuece enormemente que una mujer vista como quiera, que nuestros cuerpos siguen siendo espacios de conflicto y de lucha. Si posase en una revista o saliese en un anuncio de televisión no les parecería tan escandaloso porque en este caso sería para ellos uno de los objetos que tanto acostumbran a consumir. Porque lo que ofende no es un desnudo que ni siquiera es tal, sino el hecho de que vistiese así por propia decisión, siendo sujeto y no objeto. Sin embargo, también han sido numerosas las personas que han mostrado su más absoluto apoyo a María y hemos puesto en práctica aquello de que “si nos tocan a una nos tocan a todas”. Por eso, más allá del caso particular y a pesar de la reacción del patriarcado a través de determinadas instituciones y de una parte de la sociedad ante el empoderamiento individual y colectivo de muchas mujeres, es una realidad que ideas y debates que antes se daban en círculos muy reducidos cada vez se vuelven más cotidianos.

Pero… ¿Qué implicaciones tiene “que el feminismo esté de moda”? Desde mi punto de vista constituye una oportunidad que hay que aprovechar porque nos ayuda a cuestionar el mundo en el que vivimos y porque ahora es mucho más sencillo acceder al feminismo y a la política al fin y al cabo (¿qué es si no el feminismo?). Pero también tiene otra negativa y es el peligro de descafeinarlo, de asociar el feminismo a la lucha individual de cada mujer por “llegar a lo más alto”. Aunque este riesgo está ahí creo que sin duda son muchas más las potencialidades y el movimiento está demostrando que está sabiendo utilizarlas de forma inteligente. La huelga del 8 de marzo es un claro ejemplo de ello porque pone en el centro a las mujeres trabajadoras, las que estudian, las que cuidan y a todas las que somos violentadas de una, otra o todas la formas a lo largo de nuestra vida, dotando la movilización de un contenido concreto que delimita “qué feminismo”. Porque la lucha es la que clarifica en que bando se encuentra cada cual y nosotras estamos en el de las que cuidan a las personas dependientes, las maestras, las que atienden al teléfono, las gitanas que se rebelan contra el patriarcado y el antigitanismo, las que crían a los hijos e hijas, las que limpian dentro y fuera de casa, las que estudian, las migrantes, las que gritan que su cuerpo es suyo, las dependientas… y muchas más. Este es el feminismo que se está construyendo en encuentros como el de Zaragoza del pasado mes de enero o asambleas como la que tuvo lugar en la Fundación de la Mujer en nuestra ciudad para preparar la huelga. Un feminismo que sabe combinar su diversidad con unas claras pretensiones de transformar y no de maquillar al mismo tiempo que saben conectar son sectores muy amplios de mujeres. Y por eso, a Dior no se le espera. Y a Inés Arrimadas tampoco.

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En su novela Trópico de Cáncer, Henry Miller incluyó un pasaje que siempre me ha fascinado, y no solo por su morbosidad. Es de noche, en París, el protagonista está borracho y se ha encerrado en el lavabo de un garito con la chica que acaba de conocer. Él se ha sentado en el váter con los pantalones bajados, y ella, que es un poco gordita, se remanga la falda como puede hasta colocarse a horcajadas. Luego se introduce el pene en la vagina y empieza a moverse con bastante soltura. Es al abrazar con sus manos aquel culo rollizo que sube y baja, cuando el autor escribe: “Era pesado y ligero a la vez, como un trozo de plomo con alas”. Pues lo dicho, plomo con alas. Quédense con esta metáfora y olviden todo lo demás.

Si traigo la frase a colación es porque la tengo presente cada vez que me siento a escribir, cuando pretendo hacer algo con un cierto peso a la vez que ameno. De hecho, que este artículo contenga las dosis justas de gravedad y ligereza es mi máxima aspiración ahora. Es toda la filosofía que conozco, mi secreto de belleza, la emulsión que hará deliciosa o no la salsa de mi estilo, así que ya lo saben. Pero no crean que remontar un trozo de plomo con alas es algo sencillo. Insuflar gracia a un texto serio puede llegar a convertirse en una tarea ingrata e imposible. Y todo mientras me gano complicidad de ustedes y juego con su paciencia, sin arriesgarme a que dejen esta lectura a la mitad.

Estos días pasados le daba vueltas a escribir sobre los conceptos éxito y fracaso. Parecen tan antagónicos que deben tocarse en algunos de sus extremos, pensé. Me pareció un tema trascendente a la vez que ligero, perfecto para explayarme. Supuse que me permitiría incluir algunas ideas asociadas, como fama y desprestigio, o popularidad y anonimato. Y que, en medio de todo eso, podría introducir algunos chistes con los que animar el cotarro. Pero resulta que el tono del artículo me está saliendo más grave de lo previsto, y empiezo a tener la sensación de que pierdo el control sobre el resultado final. Para colmo, tenía pensado incluir una anécdota que le ocurrió a un personaje que todos conocen, pero acabo de caer en la cuenta de que no es una historia que vaya a hacerles reír precisamente.

Gracias a sus películas mudas, el joven Charles Chaplin había alcanzado una fama inusitada. En tiempo record era ya toda una estrella planetaria y gozaba de un nivel de popularidad muy superior al que nadie hubiera experimentado antes. Su talento había sido decisivo para convertir el cine en el mayor entretenimiento de masas conocido. Cada día, millones de personas de todo el mundo guardaban cola para ver sus películas. Pero, curiosamente, el propio artista aún no había asimilado la trascendencia de este hecho. Era consciente de que el éxito le sonreía, pues los números de su cuenta bancaria no paraban de crecer. Pero Chaplin desconocía la destacada posición que su genio le había reservado en la Historia, y lo que eso significaba.

Nuestro artista había salido de Londres solo una década antes, con el propósito de realizar una gira con su compañía de mimos por los Estados Unidos. Pero después de firmar un contrato con unos estudios de Hollywood se había quedado allí. Había pasado los últimos años filmando una película tras otra, apenas sin contacto con el mundo. Pero ahora le tocaba volver a su tierra natal y enfrentarse a la realidad. Cuando, después de cruzar el Atlántico, el buque en el que viajaba se dispuso a atracar en el puerto de Londres, una muchedumbre enfervorecida abarrotaba los muelles. Radios y periódicos habían anunciado a bombo y platillo la llegada del nuevo astro de la pantalla y la expectación había sobrepasado todo lo imaginable. Fue al bajar las escalinatas, delante de aquella multitud que le vitoreaba, que el desconcertado actor experimentó un repentino episodio de nausea y vomitó.

Se había convertido en la primera celebrity global de la Historia, con una popularidad muy superior a la de cualquier rey, emperador u otra figura conocida. Y acababa de sentir el sabor acre de la fama como nadie lo había experimentado antes. El eje del mundo se le había trastabillado bajo sus enormes zapatos de payaso, y esta vez siquiera contaba con el flexible bastón de su personaje para apoyarse. Debió sentirse desnudo fuera del plató, desdibujado sin su bigotito y su bombín, y aquella fama desmesurada, aunque de sobras merecida, se le reveló en forma de nausea existencial. El genio se adelantaba varias décadas al fenómeno descrito por Sartre en su novela de 1.938. Hasta en eso fue un visionario.

Pero, aunque era un hombre moderno, Chaplin odiaba la frivolidad de su época. Al contrario que la mayoría de artistas e intelectuales de entonces, siempre fue crítico con la velocidad que se había apoderado del siglo XX, se resistía al mero encanto por lo novedoso, y le aterraba la alienación que se esconde tras lo uniforme. Y todo lo denunció en sus películas, de Tiempos Modernos a El Gran Dictador. Él solo quería que le dejaran trabajar en paz. Era un perfeccionista nato y estaba poseído por su propio talento. La fama fue solo un doloroso daño colateral que arrastró toda su vida.

Tras él vendría el resto de sus compañeros de Hollywood, un star sistem cuajado de glamur y escándalos. También todas esas guerras que tan famosos hicieron a militares y políticos, muchos de nefasto recuerdo. Y las grandes figuras del deporte, popularizadas por la televisión antes de volver a caer en el olvido. Y el éxito mundial de The Beatles, y ese “ahora somos más famosos que Jesucristo”, que le terminaría costando la vida a Jonn Lennon. O cuando Warhol se anticipó al éxito de realities y redes sociales, al vaticinar que en el futuro todos seríamos famosos quince minutos. Pero si la fama dura quince minutos, la posteridad es el olvido inmediato, así que hay que darse prisa, y criarla antes de echarse a dormir. Aunque, como dijo el personaje de una comedia de Almodóvar: “El éxito no tiene sabor ni olor y, cuando te acostumbras, es como si no existiera”.

Una noche que volvía a casa borracho, me encontré en la calle un caramelo chupado, y a mí me pareció la cosa más bonita del mundo. Fue como tropezar con un rubí extraviado en la acera. Yo acababa de dar un buen concierto con mi grupo de entonces y me sentía feliz tras los aplausos. Pero cuando me agaché a cogerlo: ¡oh oh! Noté que estaba pegajoso. Al descubrir lo que era, sacudí la mano con asco y me deshice de aquello. Poco después, noté un sabor a fresa en mi boca. Entonces supe que, en mi torpeza alcohólica, acababa de limpiarme los dedos de un chupetón. Había bebido demasiado. Si el éxito fue capaz de hacer vomitar a todo un genio como Chaplin, ya se pueden imaginar a qué redujo el estómago de un tipo tan corriente. Recuerdo bien que por aquellos años yo no paraba de leer una y otra vez Trópico de Cáncer. Ya saben, plomo con alas.

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C inmaterial
Fotografía: Jesús Massó

Cualquiera diría que los reunidos en París, en octubre 2003, alrededor de la convención de la UNESCO que definió el Patrimonio Cultural Inmaterial y nos alentó a su salvaguarda, tuvieron como fuente de inspiración la historia, la memoria y la continuidad de cuanto ocurre en las tramoyas, en las calles y en las cabezas de las gentes de Cádiz durante las fiestas de carnaval. Porque éstas reflejan la letra, el espíritu y todas y cada una de las manifestaciones regladas de aquel texto patrimonialista.

En realidad, más allá de los reconocimientos formales, de su inclusión en el Listado Representativo de la UNESCO, que es de lo que se trata, el Carnaval de Cádiz es ya, y desde hace mucho tiempo, desde antes incluso del enunciado preciso del concepto, una soberana –y soberbia- muestra de patrimonio cultural inmaterial. No le falta ni un detalle del detalle.

No es que lo sea por la espectacularidad o relevancia estética de sus puestas en escena, ni por la ostentación de cacharros lujosos y caros, ni porque registre una monumentalidad o antigüedad que lo remonte a la más excelsa de las glorias y lo más remoto de los tiempos. Tampoco, ojo, por su potencialidad económica como reclamo turístico. Tales extremos pueden o no estar encima de la mesa y tener mayor o menor trascendencia; lo es, sobre todo, por una cuestión de pueblo. De gente. De gentes de un pueblo que heredan y reconstruyen y reviven y transmiten, colectivamente, de manera singular, gestos y símbolos de pertenencia, artefactos y vivencias, valores y anclajes profundos, muy profundos, que modelan formas de pensar, de creer y descreer, de sentir y de estar que permean, por extensión, a la cotidianeidad social y cultural de la vida comunitaria. Con sus más y con sus menos. Es cuestión de identidad, de una identidad colectiva mamada y marcada por el protagonismo popular y por la apropiación y autogestión social del espacio y de la vida vivida de la ciudad y de la ciudadanía.

El Carnaval de Cádiz, como se vive en Cádiz, solo puede darse en Cádiz. Y, al mismo tiempo, cosas del complejo bucle de las causas y de los efectos, el pueblo de Cádiz, en su pluralidad, es como es, entre otras razones, porque revive cíclicamente su particular y contradictoria confirmación liándose la manta de las utopías, los amores, los surrealismos, los egocentrismos y las subversiones a la cabeza. Una manera irreverente y jonda, salpicada a mitades de prejuicios y transgresiones, de plantar cara a la existencia misma y a los preceptos y estructuras de los órdenes establecidos –de los desórdenes dominantes-. Una manera local y localista de formar parte de esta rara especie de animales que somos los animales humanos.

La virtual inclusión del Carnaval de Cádiz en el Listado Representativo del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad brinda la ocasión para sentirnos, con tanta modestia como razones, orgullosos y emplazados. Con el legítimo orgullo y la alta responsabilidad de aportar a la Humanidad un más que necesario granito de buena voluntad y de relativismo desde este laberinto poético y mamarracho nuestro de virtudes y miserias. Ni más ni menos.

Bajo estos principios, que vienen a ser los enunciados por la UNESCO, bienvenido sea este estarivé de papeleos y proclamas y telefonazos y comités y expectativas que, ojalá no lo perdamos de vista, debería obligarnos a intentar ser mejores como personas y como comunidad. Porque, si no, si al final, como ya ocurre en tantos casos, todo derivara a un cachondeito más de croquetismo y oportunismo de los tratantes de la política y de los dineros, si al final todo fuera una nueva “oportunidad de negocio” y un sarao de entretenimiento y camuflaje de ineptitudes y de ausencia de voluntades para encarar tantas apremiantes necesidades del pueblo, para eso, pues mejor nos quedamos como estamos. Siendo patrimonio inmaterial de la humanidad con la dignidad y la verdad de las letras minúsculas y de nuestro propio auto-reconocimiento.

Tan ricamente. Y a otra cosa mariposa.

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S catalan

Es un lugar común, aunque necesario, apuntar que la figura de John Coltrane (1926-67) marca un antes y un después no solo en la crónica del jazz sino de la música popular contemporánea. Su vasta obra pone de manifiesto la monumental dimensión de una música cuya primordial cualidad fue regirse por un devenir evolutivo parejo al crecimiento personal del artista que la forjaba. Aclamado unánimemente gracias a álbumes como “Giant Steps” (1959) o “My Favorite Things” (1960), su abandono del ámbito tonal para zambullirse en el jazz libre durante sus últimos años de vida no fue entendido, ni aún hoy lo es, por muchos críticos y seguidores que pensaron que Trane había perdido el rumbo, cuando, en realidad, estaba logrando un ilimitado grado de compromiso con la autonomía creativa, manifestado de forma absoluta en…

JOHN COLTRANE

ASCENSION

IMPULSE!, 1965

El saxofonista Albert Ayler manifestó en una ocasión que “la única manera en la que puedo agradecer a Dios su omnipresente creación es ofrecerle una nueva música que lleva el signo de una belleza que hasta ahora nadie ha entendido. La música que tocamos es una larga oración, un mensaje que ruega a Dios”. Espiritualidad y exploración como factores decisivos de la explosión free remarcada por uno de sus esenciales exponentes. Ayler fue justamente una de las influencias más latentes en la filosofía de un Coltrane que, desde 1961, había pisado el acelerador de su progresión artística a modo de reflejo de la personal. El viaje conducía directamente a los terrenos del free, una forma que algunos denominaron, sin ambages, el antijazz.

La trayectoria de Coltrane vivió durante la primera mitad de la década de los sesenta una paulatina transformación, iniciada en sus registros en el neoyorquino Village Vanguard en 1961, amplificada mediante el hito “A Love Supreme” (1964) y concretada en este “Ascension”. Para entonces, y pese a mantener a algunos de sus componentes en nómina, Coltrane ya había roto con el espíritu de su cuarteto clásico, activando un proceso de liberación que modificaba los roles rítmicos, armónicos y melódicos de la mano de un salto sin red que muchos no fueron capaces de asociar a un músico entonces plenamente consagrado. Desde su título y portada, “Ascension” enunciaba un impulso religioso y espiritual, también expresado en “A Love Supreme” y “Meditations” (1965), a modo de factor diferencial en relación a otros trabajos de improvisación colectiva como el emblemático “Free Jazz” (1961) de Ornette Coleman. Registrado en una sola sesión – 28 de junio de 1965 – y en formato de gran banda, con tres saxos tenores (Coltrane, Pharoah Sanders y Archie Shepp), dos saxos altos (Marion Brown, John Tchicai), dos trompetas (Freddie Hubbard y Dewey Johnson), dos bajistas (Art Davis, Jimmy Garrison) más el piano e McCoy Tyner y la batería de Elvin Jones, su cuerpo central estaban constituido por una espaciosa improvisación encabezada por un sencillo motivo sobre el que se modulaba una interacción grupal sin restricciones. Casi cuarenta minutos de liberador ejercicio de creación instantánea que redefinía conceptos como tensión e intensidad, proponiendo a los aficionados más audaces un tránsito plagado de sensaciones. “Ascension” fijó un perfil de oración y mensaje a través de una experiencia discordante y abrasiva, determinante en el proceso de expansión de un free que transformaría para siempre la crónica del jazz y cuyos principales líderes – Albert Ayler y Ornette Coleman – terminarían rindiendo tributo al genio tocando en su funeral.

Posteriores ediciones a la original sustituyeron la toma – “Edition I” – por otra – “Edition II” – algo mas expresiva que, dicen, Coltrane prefería. Ambas aparecieron juntas en la versión CD del disco ratificando la magnitud de un registro que hoy, más de medio siglo después, conserva intacta su fascinante naturaleza.

Salvadorcatalan

. Ornette Coleman: “Free Jazz” (Atlantic; 1961)

. Albert Ayler Trio: “Spiritual Unity” (ESP, 1964)

. David Murray Octec: “Octec Plays Trane” (Justin Time; 2000)

. Rova Orkestrova: “Electric Ascension” (Atavistic; 2005)

 

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Fotocuento 12
Fotografía: Jesús Massó

La luz, también en su justa medida. Al fin y al cabo, el deslumbramiento es otro tipo de ceguera.

Texto: Juan Rincón