Fotografía: Jesús Massó
Posiblemente sea cierto que la nueva política tarda en llegar, para satisfacción de quienes desean que nada cambie y provocando la decepción y la impaciencia de quienes subestimaron la fuerza de las inercias conservadoras. Como suele decirse del momento actual, “lo nuevo no aparece del todo y lo viejo no acaba de desaparecer”. Vivimos tiempos de indefinición que alimentan el desasosiego general: unos temen los cambios que llaman a la puerta; otros, lo que temen es que esos cambios no lleguen a hacerse efectivos. El resultado de este estado de cosas es una sociedad recelosa —resabiada diría yo—, más proclive a la abulia descreída que al entusiasmo creador. Flota en el ambiente una tentación que incita a la dejadez, a la pasividad y al dejarse llevar. Como dice la canción “Así soy yo”, del Cuarteto de Nos:
No pasa nada si no me muevo
Por eso todo me chupa un huevo
Y no me mata la indecisión
Si ´should I stay, or should I go´
A pesar de que esta actitud parece estar muy extendida en nuestros días, también es cierto que en los últimos años ha surgido, con clara voluntad de permanencia, una nueva conciencia y una nueva percepción de lo que es y debería ser la democracia. Ya no cuelan tópicos como ese de que “vivimos en una democracia asentada” y cosas por el estilo. Tópicos que, convenientemente cultivados y expandidos, han servido para disuadir la posibilidad de desarrollar cualquier visión nueva sobre la democracia, y, en consecuencia, el aborto prematuro de cualquier propuesta o deseo de cambio serio y en profundidad. De ahí el inmovilismo suicida que ha caracterizado a nuestro sistema político en España, por tomar un ejemplo cercano. Ahora, si no con el suficiente convencimiento y la necesaria determinación de la sociedad para exigir e impulsar los cambios, al menos intuimos ya que nuestras “asentadas” democracias liberales no están precisamente asentadas, sino que en todo caso se asientan precariamente sobre un auténtico terreno pantanoso que amenaza con graves hundimientos y colapsos.
¿Cuáles son los elementos, los mimbres, que, a mi juicio, conforman esta nueva conciencia democrática? Sin ánimo de exhaustividad ni orden por importancia, y pensando en un posterior desarrollo en números sucesivos de ETP, podríamos señalar los siguientes:
- Para empezar, estamos tomando conciencia de los agujeros y trucos que convierten nuestro sistema democrático liberal en un espacio que favorece la corrupción, la impunidad y la desigualdad real ante las leyes. Leyes, por otra parte, con insuficiente nervio democrático.
- Ahora somos más conscientes de que nuestros miedos e inseguridades, hoy, son mayoritariamente inducidos desde el poder. Se nos quiere permanentemente temerosos, inseguros, precarizados, porque estos sentimientos favorecen la dependencia acrítica y el sometimiento pasivo. Experimentamos un miedo permanente y difuso a la desposesión (desposesión de derechos, de puestos de trabajo, de niveles salariales dignos, de pensiones, de prestaciones…)
- Hemos caído en la cuenta, y somos por tanto conscientes, de que el inmovilismo político, tan del gusto de las élites del poder, y que se nos suele vender como estabilidad, es en realidad una estrategia deliberada que el establishment utiliza para prevenir y evitar cualquier cambio que refuerce la verdadera soberanía popular.
- Ahora sabemos ya con bastante certeza que la ausencia (intencionada) de una auténtica educación para la ciudadanía tiene como finalidad favorecer una sociedad pastoreada, políticamente abúlica, escasamente crítica con el poder…
- También estamos tomando una mayor conciencia sobre los males y desastres producidos en nuestro sistema político por el bipartidismo reinante a lo largo de tantos años de postdictadura. Uno de estos males —y no el menor— es la escasa predisposición para la práctica de una política de la negociación entre diversas formaciones políticas, cuya proliferación representa el paso de una sociedad binaria, encorsetada, a una plural, abierta. Como era previsible, las sensibilidades conservadoras consideran esta nueva realidad multicolor como un auténtico caos.
- Tampoco es un asunto menor que estemos ganando conciencia acerca de las falacias que encierra el concepto de progreso, tan ambiguo y engañoso, y tan profusamente utilizado como “zanahoria” para favorecer el desarme moral y político de unas masas moldeadas bajo criterios puramente economicistas.
- Unido a lo anterior, cabe señalar la burda maquinaria (propagandística, esquilmadora e irracional) de creación artificial de necesidades. No cabe duda de que la conciencia sobre el deterioro del planeta como consecuencia de la creación artificial de necesidades de consumo está aumentando en el mundo.
- Y ni que decir tiene que somos ya conscientes de la escasa sustancia democrática de la mayoría de las instituciones que nos gobiernan, nacionales y supranacionales. En el contexto jurídico y político europeo tenemos el ejemplo más cercano de una Unión supuestamente política gobernada por una burocracia más atenta a los intereses de los lobbies económicos que a las necesidades de la ciudadanía.
- Tampoco somos ya ajenos al hecho de que el sistema jurídico por el que se rigen las democracias liberales está claramente escorado hacia la salvaguarda de los intereses de las élites que poseen y controlan los recursos y los mecanismos de apropiación. El “imperio de la ley” a menudo no es otra cosa que un artificio legaliforme (legal, pero no siempre legítimo) para imponer un sistema de control (que no regulación) social, y “para reglamentar la vida de los débiles”.
- En cuanto al mundo del trabajo, comprobamos cada vez con mayor claridad la ausencia total de democracia que rigen las relaciones laborales. No es concebible un sistema democrático que albergue en su seno esta bolsa de explotación, abusos e impunidades. En este ámbito estamos asistiendo a la más cruda y despiadada desaparición de los derechos —incipientes, demediados, conculcados— que se habían conseguido con el esfuerzo de muchos años de reivindicación y de lucha. Con todo, hemos empezado a sospechar que lo peor (en palabras de Viviane Forrester) no es ya la explotación laboral, sino que el conjunto de los seres humanos esté empezando a considerarse superfluo a efectos laborales.
- Y qué decir del aumento de las desigualdades, en nuestro país y en el mundo. Desigualdades crecientes en el reparto de rentas, desigualdades entre mujeres y hombres, desigualdades de acceso a los bienes básicos, desigualdades en el reconocimiento real de derechos…
- Tampoco la libertad de expresión, supuesto emblema de las “democracias asentadas”, escapa ya a la conciencia de su merma en los sistemas “democráticos” de todo el mundo, incluyendo a nuestro país, por supuesto. Para muestra, el lamentable botón de la llamada “ley mordaza”.
- Del mismo modo, somos ya ampliamente conscientes del papel que en las “democracias consolidadas” tiene realmente el derecho internacional y los derechos humanos. Como caso paradigmático, valga el vergonzoso tratamiento de refugiados y migrantes por parte de los países comunitarios y de la UE en su conjunto. Y qué decir de las relaciones comerciales en las que brillan por su ausencia los derechos y la ética más elementales: pensemos en todo lo relacionado con el comercio del coltán, los diamantes, las armas…
- En cuanto a la corrupción, y la correspondiente impunidad que parece acompañarla en nuestro país, sabemos ya que no es cosa de algunas “manzanas podridas”, ni daños inevitables de la codicia humana, sino producto de la permisividad e incluso complicidad de las esferas del poder, y de la inexistencia (buscada) de un sistema político realmente transparente en los aspectos más fundamentales, democrático en sus formas y en su fondo, que haga inviable la existencia tanto de la corrupción como de la impunidad.
- También ahora somos más conscientes de los motivos y de las consecuencias que ha tenido la creación de la clase media en las democracias liberales. Una clase media genuflexa ante los abusos de poder que no le afectaban en demasía, y que ha servido para la amortiguación y silenciamiento de los conflictos políticos y sociales que habrían requerido una respuesta crítica de dicha clase social mimada por el poder a cambio de su mutismo y escaso apetito político.
- Hay que señalar también la percepción, más realista, menos ingenua, que se va abriendo paso en el espinoso tema de Internet, las redes sociales, las webs ocultas al escrutinio de la justicia… Posiblemente, en la actualidad está en juego, como nunca, la libertad de la ciudadanía global, pues las formas de control están siendo más sutiles, pormenorizadas y efectivas que en cualquier otro periodo histórico. Hubo un momento en el que se pensó que Internet nos haría más libres; hoy en cambio somos conscientes de que sin la democratización real y urgente de Internet la libertad será una de las mayores pérdidas que habrán de afrontar las sociedades actuales y futuras, absortas y confundidas por el ensordecedor estruendo de tuits y chats. Mientras, los ricos se enriquecen on line y los desfavorecidos sufren en la realidad real.
- Y para finalizar este breve recorrido a través de los inquietantes aspectos de nuestra realidad (pero sobre los que sin duda existe una mayor concienciación ciudadana), habría que considerar las características de la cultura (en el sentido antropológico) impuesta por el neocapitalismo global, desaforado, deshumanizador y predatorio de nuestros días; una cultura caracterizada por la fragmentación de la vida social y de los seres humanos: se hace necesario aumentar y generalizar esa conciencia sobre los destrozos humanos de esta cultura impuesta que cabalga sobre nuestra previa rendición democrática.
En resumidas cuentas, parece que tenemos la conciencia, la nueva conciencia democrática; nos falta aún la determinación y el suficiente grado de intransigencia ante el avance de la política desactivada que se nos quiere hacer pasar por democracia. De ahí que la nueva política tarde en llegar…