A falta de la publicación, necesaria, de una contrahistoria del Cádiz liberal, no habrá otro remedio que seguir padeciendo los malentendidos crónicos generados por las habituales crónicas de ese Cádiz “nudo estratégico del comercio mundial” que fue.
Posiblemente, los fastos del bicentenario terminaron encallados en la intrascendencia debido a que se insistió en exceso en esta imagen fija del Cádiz de entonces, lo que terminó restando importancia a todo cuanto se movía en torno a esa bonita postal de brillo excesivo.
Un brillo que los muñidores incondicionales del mito liberal gaditano tomaron como reflejo de la realidad misma. De esta forma, empeñados en dar lustre al Cádiz liberal, se cayó en la complacencia y comodidad de la crónica (insistencia en los datos) y se desestimó hacer el trabajo duro y arriesgado en que consiste la Historia, que es la interpretación de esos datos.
En sintonía con este estado de cosas, en estos días de subastas electorales vienen a Cádiz líderes políticos no a comprometer políticas creíbles para revertir los graves problemas del Cádiz de ahora, sino a ofrecer liberalismo como garantía de modernidad, renovación y progreso. Por supuesto, echan mano de la consabida crónica del Cádiz liberal, recurso fácil que les exonera de explicar desde la Historia las causas de la “decadencia” de aquel emporio mercantil e ilustrado construido por dinámicos empresarios liberales de la burguesía del XVIII-XIX, para acabar, en nuestros días, convertida Cádiz en una ciudad atrapada en un frustrante marasmo económico generador de una sociedad subsidiada, conformista, pícara, pendiente sólo de los “eventos lúdicos”, según expresiones que recogía aquel informe publicado no hace mucho por los servicios sociales municipales.
De ser cierta esta realidad, Cádiz sería algo así como esas familias que exhiben un portentoso pasado, tan idílico, tan deslumbrante, tan inalcanzable, que los descendientes venidos a menos lo padecen como una losa que disuade e incluso impide cualquier intento de emular aquel pasado excepcional por considerarlo de antemano precisamente eso: excepcional, irrepetible.
De ahí la necesidad de replantear esa manida crónica del Cádiz liberal, en todo caso historia con minúscula, por distorsionadora de una realidad que ha ido engordando a costa de la ausencia de pensamiento crítico. Y para ello, resulta esencial que el tan loado esplendor liberal del Cádiz de entonces lo veamos como lo que en realidad fue: la pista de despegue de una ideología, el liberalismo, que, andando el tiempo, habría de llevarnos a la complicada realidad en la que se desenvuelve hoy Cádiz, Andalucía, España, Europa y el planeta en su conjunto.
No obstante, es difícil —imposible en cierta medida— enfrentarse a la fuerza inexpugnable del mito, especialmente cuando el mismo viene siendo cultivado y expandido acríticamente por el establishment académico, político, económico, mediático… A la eterna actualización del mito del Cádiz liberal contribuye también la inercia del pensamiento binario, que ante cualquier crítica al liberalismo dieciochesco opone el razonamiento de una supuesta permanencia del despotismo regio de no ser por la iniciativa revolucionaria de la burguesía liberal.
Pero lástima que haya que insistir en algo tan obvio e incuestionable como es que dicha revolución actuaba al mismo tiempo contra la soberanía regia y contra la soberanía popular. De ahí que John Brown, pudiera escribir con razón que “La idea de un liberalismo revolucionario y, por lo tanto, en ruptura radical con un antiguo régimen absolutista, teocrático y feudal es mucho más un elemento de la mitología del propio liberalismo que un reflejo de su realidad histórica”.
Al hilo de estas consideraciones, quisiera hacer referencia a un libro recientemente editado por la editorial Sílex (Cózar y Rodrigo Alharilla, eds., edit. Sílex, Madrid, 2018), con el título “Cádiz y el tráfico de esclavos: de la legalidad a la clandestinidad”. Personalmente, lo elegiría como introducción a esa “contrahistoria del Cádiz liberal” que echo de menos, porque, a mi entender, constituye una llamada de atención a cuantos insisten en ese mito del Cádiz liberal. Sin embargo, este libro ha pasado gloriosamente desapercibido (¿desdeñado?) en el entorno cultural gaditano, salvo algunas referencias en la prensa local y algún acto académico y de presentación. Será que, como bien afirma la coeditora del mismo, Carmen Cózar, “el tráfico de esclavos fue uno de los grandes problemas escondidos y no resueltos en las Cortes de Cádiz”.
Y es que este problema nunca habría podido (ni querido) ser resuelto por un liberalismo que pretendía investirse con ropajes democráticos promulgando una Constitución, la del Doce, que resultaba ya arcaica, obsoleta, y en absoluto democrática, desde el momento mismo de su promulgación. La idea (o ideal) constitucionalista resulta del todo incompatible con ciertas prácticas de entonces, toleradas o al menos no impedidas por unas Cortes que se decían revolucionariamente democráticas: tal era el caso del tráfico clandestino de esclavos, conocido y normalizado en la sociedad gaditana de entonces. Igual que en nuestra actualidad, las Constituciones liberales muestran su irrelevancia democrática cuando conviven con toda normalidad con las desigualdades y las injusticias cada vez más generalizadas y sangrantes.
El factor clave que hacía permanecer escondido y sin resolución en las Cortes de Cádiz el problema del tráfico de esclavos no era otro que la corrosiva “ética” liberal inspiradora de las peculiares Constituciones que han convivido, desde entonces, en feliz y productiva asociación con un capitalismo que se despliega en flagrante contradicción con la democracia: primero, y por encima de todo, los beneficios y el enriquecimiento de las oligarquías del dinero, con la consiguiente desposesión del común, y eludiendo con una y mil triquiñuelas los textos constitucionales, ya de por sí descafeinados, ambiguos y claramente escorados hacia la defensa de los más emblemáticos conceptos de la ideología liberal.
¿Alguien con espíritu crítico y solidario puede despejar hoy totalmente, visto lo visto, la sospecha de que tales Constituciones sean en realidad poco más que “la reglamentación de la vida de los débiles”?