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Después de estudiar el papel de las catedrales, los trazados urbanos, los ensanches y la consolidación de la sociedad industrializada, tenía que llegar el momento de los ciudadanos errantes que recorren una capital sin rumbo fijo, los flanêurs, idea recogida y desplegada en los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire (1869) y complementada ya en el siglo XX por Walter Benjamin, y que sería fundamental en la percepción de la ciudad en los últimos ciento cincuenta años. Esta representación del individuo vagando por la ciudad, supone uno de los pilares de la ya antigua modernidad, como forma de percibir la relación entre el individuo, la sociedad, y la percepción de la ciudad que se recorre.

Dando un salto sin red, nos encontramos cien años más tarde con las propuestas de la Internacional Situacionista fundada por el filósofo y escritor francés Guy Debord. En particular con la idea de “deriva”, sucesora y seguramente enraizada en la del caminante sin rumbo, aunque en marcha. La deriva nos lleva a recorrer la ciudad con una mirada distinta, encontrando en este proceso unas emociones nuevas en un proceso de juego y desentrañamiento de las avenidas, los callejones, los parques y las aceras, en el cual se vive la ciudad de forma novedosa, con la única condición de huir de constricciones, racionalismos y ritmos preestablecidos, cuando se le dice a la ciudadanía qué, cómo y por qué camino debe vivir su ciudad. La deriva se complementa con otro concepto fundamental en el situacionismo, el de psicogeografía (1958), que no se trata de una nueva disciplina científica, sino del estudio de cómo el medio geográfico incide en el comportamiento afectivo de los individuos.

La deriva situacionista propone jugar con la ciudad, de forma que los espacios adquieran un significado nuevo. Entonces, ya podemos hablar, por fin, de una deriva recurrente y concreta: la que me ha llevado, primero racionalmente y luego como un polo magnético, a terminar rondando un gran espacio de la ciudad de Cádiz, entre Loreto, Puntales y el Cerro del Moro: el de los antiguos terrenos de la fábrica de Construcciones Aeronáuticas, que décadas después siguen abandonados y ociosos. Su uso actual es el de aliviadero ocasional de los perros del barrio y alquiler esporádico para carpas de circos y espectáculos. Se trata de un espacio en forma de pentágono irregular que, pese a lo que se podía haber previsto, se encuentra despojado de basuras y escombros. Con la primavera, la mitad de los terrenos, la no pavimentada ni cementada, se ha convertido en un ejemplo de jardín botánico de descampado.

Sala de espera
Fotografía: Jesus Machuca

En este solar se anunció, quién sabe si alguna vez en serio, la construcción del nuevo hospital Puerta del Mar de Cádiz a cargo de la Junta de Andalucía, propietaria del terreno. Un proyecto necesario que finalmente se desechó sin recambio alguno, y sin que el enorme solar sirva ni a la ciudad ni al barrio donde se encuentra. Un suelo sin uso definido ni beneficioso, es muy posible que ayude a perpetuar la melancolía y el desasosiego de unos barrios necesitados de equipamiento que, gobierne quien gobierne, ven que todos los caminos siguen conduciendo al centro de la ciudad. Donde unos ven alamedas, paseos, calles peatonales, baldeos, promoción turística, otros ven algo que podrían tener y nunca llega, como una plaza, un aparcamiento, un parque para los niños, viviendas sociales o cualquier otro equipamiento público inexistente y necesario.

Entonces, el paseante, a pesar de la deriva que en teoría le conduce a cualquier cabo de la ciudad, termina imantado por los espacios no resueltos. Sin que nadie lo pretenda, el descampado se convierte en la plaza de armas del barrio, y todo termina orientado en torno a él. Es el momento de proponer una intervención urbana, temporal, que sirva como reflexión, disfrute, debate, entretenimiento, y que quizá contribuya a valorar lo que nadie con responsabilidad política parece querer tomarse en serio. Para ello se proponen las siguientes

INSTRUCCIONES

1- Se toman tantas sillas de madera usadas en cabalgatas y procesiones como sean necesarias.
2- Se apilan ordenadamente tumbadas en el descampado, ocupando todo el espacio que sea conveniente para la acción.
3- Los montones de sillas apiladas compondrán una letra que, una tras otra y desde unos veinticinco metros de altura, se convertirán en un cartel virtual que indique el uso presente y real de este espacio temporal e indefinidamente abandonado. Entonces podrá leerse a vista de pájaro lo siguiente:

SALA
DE
ESPERA

Y será verdad que es lo que dice ser el cartel con los pies en la tierra. Nadie podrá discutirlo. Y tras esa intervención será mucho más fácil trabajar para que el descampado deje de ser un limbo y así alguna vez podrá suceder alguna cosa que incida favorablemente en el ánimo de los ciudadanos que frecuentan y circundan este espacio.

NOTA: esta intervención poética surgió como respuesta a un ejercicio de intervención urbana en una de las sesiones del taller de “Poesía experimental” al que asistí en abril de 2019 en la Biblioteca Adolfo Suárez, de Cádiz, y que fue impartido por los poetas David Eloy Rodríguez y José María Gómez Valero.

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