Ilustración: María Gómez
Acabado el verano, es inevitable ir haciendo balance de si el periodo estival nos ha merecido la pena o no. Somos muchos los que esperamos durante todo el año la llegada del buen clima, el tiempo libre, el disfrute de la familia, de hijos e hijas, de nuestra costa interminable, de chiringuitos, sardinas, tinto de verano y, sobre todo, esperamos sus efectos positivos para el estado de ánimo. Toca plantearse si nos hemos divertido lo suficiente, si hemos descansado lo que necesitábamos o si hemos desconectado de nuestras rutinas tanto como nos habíamos propuesto de partida. Rara vez lo conseguimos del todo; pero de una manera o de otra, gastando alegremente o con un presupuesto más apretado, estando en Cádiz nos suele cundir en buena medida. Es lo que tiene vivir en este maravilloso rincón.
En cuanto a lo que la programación de ocio y cultura de este verano ha venido a ofrecer a gaditanos/as y visitantes, puede que no haya variado del negro al blanco de un año para otro; aunque sí se han hecho algunos movimientos interesantes con el fin de diversificar y facilitar el acceso a espectáculos a una mayoría amplia. Al margen de la programación, como ya alguien ha venido a decir en este medio, lo que parece irrefutable es que muchas personas hemos percibido una mayor predisposición al disfrute, un “buen rollo veraniego” que seguramente sea fruto de motivos multicausales y que es interesante analizar y explotar en positivo por quienes queremos plantear un mejor futuro para la ciudad.
En base a lo anterior, deberían iniciarse largos debates, subjetivos pero consensuables. Habría que discutir si las actividades, actos y espectáculos han sido los más adecuados, si el reparto ha sido mínimamente equitativo entre las dos grandes zonas de la ciudad, si han sido mejorables en cuanto a organización, si es preciso plantearse otras maneras que propicien desde las administraciones el acercamiento al ocio y la cultura o simplemente si debe cuidarse más el impacto que estos han provocado sobre el descanso del vecindario. Sería de una vanidad imperdonable dejar de reconocer que se pueden hacer las cosas mejor; de hecho, todo es mejorable.
También existen, por la calle, voces que quizás antes de tiempo pregonan una comparación de las consecuencias de la agitada agenda veraniega gaditana, con realidades conocidas en ciudades españolas de descontrol ya instaurado y convertidas en incómodas para sus propios habitantes y por lo tanto, poco amables incluso para quienes la visitan. Pueden ser voces tremendistas –yo creo que lo son- pero sus gritos no deben perderse en la inmensidad del vacío. Valgan estas críticas para que tengamos ojos abiertos y mentes despiertas. Que mantengan los ojos abiertos tanto quienes trabajan en las instituciones como los propios vecinos y vecinas, cuyo papel como motor generador de denuncias y propuestas debería ir tomando protagonismo en una ciudad que aspira a ser una ciudad participada; o al menos, eso se dice. Y de esta manera, pensando, aprovechando y mejorando todo lo mejorable valgan también estas críticas para no acabar construyendo, sin darnos cuenta, una ciudad diferente pero de un perfil que realmente no pretendíamos.
Que la provincia de Cádiz está de moda como destino turístico es incuestionable. Menos mal que fue tarde cuando los amigos del ladrillo y de la bacanal urbanística se enteraron de que tenemos las mejores playas del país. Hombre, algo nos tenía que salir bien.
Hoy, Cádiz ciudad también tiene tirón y son muchas las personas que llegan con ganas de conocer la trimilenaria. Las vemos por todos lados. Estas personas llegan y gastan; se hospedan, alquilan, salen, cenan, compran y disfrutan de todas las horas de playa que pueden, como es natural. Tal y como anteriormente señalaba, el visitante de este verano se ha encontrado una Cádiz más alegre y con un notable movimiento de ocio y cultura por sus calles, con más actividades pensadas para los niños y niñas; en definitiva, más viva. Sé, de mucha juventud de la propia ciudad, que en los últimos años se marchaban los fines de semana buscando diversión a localidades como Conil o Tarifa. Durante este verano han salido solo la mitad de las veces que el año precedente; precisamente porque había cosas que ver y disfrutar en su propia ciudad. Importante también esto, ¿o no?
Todo ello tiene su consiguiente desgaste, claro. Tener la ciudad llena de gente conlleva más ruido, más suciedad, menos tranquilidad; pero no deberíamos meter a lo loco el palo en la rueda del turismo. Cádiz, nuestra Cádiz, “está viva, pero herida”. Disponemos de pocos recursos para generar ingresos y por consecuencia bienestar social; esa es nuestra cruda realidad. Manejamos a día de hoy unas conocidas e insostenibles cifras de desempleo, economía sumergida y ayudas sociales que hacen imposible y casi impensable el repunte económico de esta zona. Nuestro problema es estructural y la solución esperada debe ser un golpe de efecto de magnas proporciones; que a nadie se le olvide. No nos va a sacar de la miseria ninguna casualidad, ningún milagro y ni tan siquiera el emergente y penduleante fenómeno del turismo. Debemos tener muy presente que seguimos a la espera de que algún gobierno se anime a sacarnos de la ruina y no hay otra manera que desarrollando e implementando un verdadero plan estratégico de reindustrialización para la Bahía. Resulta muy duro saber que éste no se ve ni de lejos.
Mientras tanto, tenemos sobre la mesa la realidad de que el turismo, relacionado con eventos de calle, de ocio, gastronómicos, etc, funciona. Incluso empieza a despertar el turismo cultural y de patrimonio histórico en la ciudad. Sí, sabemos que las masas en la calle provocan efectos no deseables. También sabemos que esto es en buena parte pan para hoy; pero es que tenemos hambre, así que es de necesidad comérnoslo. Aprovechémoslo, porque tal como viene se va, es así. Pensémoslo, démosle forma; minimicemos su impacto menos positivo; pero tolerémoslo, por favor. Días atrás, una amiga afectada por el ruido proveniente de tanto jolgorio, me preguntaba con resignación y algo de sorna, si no era merecedora de alguna bonificación fiscal… oye, pues lo mismo no es tanto despropósito su idea. Es evidente que hay zonas más castigadas que otras por este tema y cada vecindario podría recibir ciertos cuidados, alcanzar determinados acuerdos, ocasionales compensaciones; en definitiva, que estas personas se sientan cuidadas y cuanto menos comprendidas.
Aunque la solución para la problemática socioeconómica de Cádiz no sea el dinero que nos llega en el bolsillo de cada familia que nos visita, ni tampoco el de aquellas personas que nos quedamos en nuestras propias calles para gastarlo, muy torpes seríamos si no hacemos práctico aquello de pájaro en mano. Pero ojo, busquemos las vueltas al refrán y no dejemos de repensar en los ciento volando.