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Siesa
Fotografía: Jesús Massó

Toda buena Siesa que se precie tiene un ciclo menstrual constante y de características peculiares de las que ya hemos hablado en anteriores capítulos (La buena Siesa y las fases lunares). Esta constancia en sus ritmos ocurrió tras la repentina muerte de su padre. El shock fue tal que la sangre bajó de golpe por sus muslos, dejando un charco granate en el suelo del tanatorio. Entonces fue su tia abuela monja quien le dijo: desde hoy eres una mujercita, ahora ya puedes ser madre, hala, ten cuidadito con quien te juntas y no te bañes y no toques las plantas y no hagas mayonesa y no mires mucho a los hombres que se te nota en la cara.

Quizás por lo traumático del acontecimiento, o por rebeldía contra el imperativo femenino, la idea de la maternidad jamás ha rondado la cabeza de la siesa, y menos tras su despertar al siesismo, que la ubicó de por vida en la difícil posición social de la mujer sin descendencia.

Sin embargo, ciertas teorías sitúan a la siesa en un centro de salud tras solicitar la pastilla del día después y existen estudios que intentan demostrar la relación biológica entre nuestra protagonista y algunos niños desperdigados por el mundo. El célebre antropólogo Marcelo Lagarto, en su libro Tras la mujer: una mirada a las profundidades del siesismo, lanza la hipótesis de que los hijos e hijas de las siesas, han sido arrebatados de los brazos de sus madres y recluidos en un centro especial para personas con capacidades especiales, situado en una imprecisa región de la selva amazónica. Según Marcelo, esos niños y niñas aúllan como lobos y tienen cuernos y rabo. Aunque la teoría del antropólogo nunca ha llegado a tener suficiente credibilidad, el hecho de que desapareciera recientemente durante una investigación en el carnaval chico, la ha vuelto a poner de moda, surgiendo investigadoras en las redes que alimentan la idea de una conspiración encubierta.

Pero volviendo al ciclo menstrual siesil, consta de 28 días exactos, predecibles incluso en las horas, con los cuerpos luteos y sus ovulaciones alternas. En la cuadriculada vida de la Siesa, la biología se pliega perfecta a lo que la naturaleza siesil ordena. En lo que respecta a la higiene, podríamos pensar que nuestra protagonista es tradicional en la recogida de fluidos, pero no son compresas ni tampones los productos usados para este fin. Porque la Siesa usa la copa menstrual de toda la vida de dios, antes incluso de que se pusiera de moda como artículo alternativo. La copa era hervida con agua y vinagre antes de ser usada, y vuelta a hervir y guardada en una pequeña bolsita de algodón malva al finalizar el periodo.

De la defensa a ultranza de este método de recogida del fluido menstrual poco se ha hablado, parece este tema como secundario al ser sanguíneo y presumiblemente indecoroso. Pero la prestigiosa doctora de ascendencia africana Ms. Tomisecwelatayatimen Smith  lo sitúa como central en sus estudios sobre siesismo, al ser la Siesa una hembra, y como tal, sujeta a los hechos biológicos de su sexo.

El pasado 8 de Marzo la Siesa esperaba impaciente en el campo del sur. Esa misma noche le había bajado la regla. Esa misma noche también se le aparecieron varias de sus muertas para darle la noticia de que algo grande se acercaba, pero estaban tan eufóricas que la Siesa fue incapaz de entenderlas y las mandó con un corte de mangas al más allá. Harta ya de tanto suceso sobrenatural y con gran dolor de ovarios, se colocó su copa menstrual y se tiró a la calle. Por el camino la iban guiando los espíritus de las muertas, y así fue como llegó al Campo del Sur, en pleno vendaval de esos que se dan en Cádiz.

Asómate Siesa- decían las voces espirituales, y así lo hizo ella aunque tenía el cuerpo cortado, esperando algo más que cogerse un resfriado.

El agua rompió en la muralla salpicando la cara de la Siesa, que se dio la vuelta cagándose en sus propios muertos. Entonces notó un temblor de tierra y escuchó miles de cantos en la lejanía. Cuando alcanzó a girar la cabeza solo pudo ver el resplandor de una enorme ola violeta  más alta que la Catedral, que la bañó por completo, sumergiendo a toda la ciudad. No se salvó ni la Torre Tavira, todo quedó sumergido durante unos segundos que parecieron siglos. Luego se retiró elegante, recolocando las farolas y los carteles de las calles, poniendo a la gente en su sitio y dejando limpitas las estatuas.

Mientras la Ola Violeta se retiraba, el niño con falda supo que podía vestirse y ser como le diera la gana; la mujer que quería volar se hizo con alas poderosas y voló por encima del carcelero; Marisa Iglesias sacó fuerzas renovadas para ser readmitida y supo que lo iba a conseguir. Y el suelo seguía vibrando y el rumor de voces unidas recorría la ciudad, transformando los cimientos, arreglando brechas salariales en las murallas, desintegrando techos de cristal, lavando suelos pegajosos y borrando de un plumazo las ganas de agradar de niñas que iban con tacones. En las paredes se quedaron escritas palabras de mujeres invisibles y las que se peleaban por conquistar al de bigote, se vieron reflejadas la una en los ojos de la otra y se dieron la mano.

El Salami Violeta solo dejó a un hombre con gafas y barba protestando en la esquina del Baluarte de los Mártires. Resultó ser un conocido periodista de diario casposo que con el puño en alto gritaba no sé qué cosas sobre nazis y mujeres, coñazo, exageración y segregación masculina. La Siesa se dirigió hacia él con calma, metió la mano debajo de la falda, dentro de las bragas y, cuando lo tuvo delante, vació la copa menstrual sobre su cabeza.

Toma coñazo– le dijo, y se fue despacito con sus dedos manchados de esa sangre sagrada que no debe dar vergüenza mientras decía entre dientes – Si nosotras paramos, se para el mundo- .

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