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Antonio luna

El Parque Natural Bahía de Cádiz no es un espacio protegido habitual. Se encuentra entrelazado con una de las principales aglomeraciones urbanas de Andalucía. La tercera en número de habitantes tras Sevilla y Málaga. El 35% de la población de la provincia, concentrada en núcleos urbanos densamente poblados, con una media de 6.000 hab/km2 y llegando a alcanzar en alguna zona 24.000 hab/km2 —similar a Hong Kong—. En definitiva, diez mil hectáreas de planicies fangosas, marismas y salinas rodeadas por un espacio urbano habitado por más de 430.000 ejemplares de Homo sapiens sapiens de forma permanente, a los que hay que sumar varios miles más atraídos diariamente desde las comarcas del entorno por trabajo u ocio, más una población flotante turística creciente y cada vez menos estacional. Un espacio protegido en el que el ser humano es una especie tan abundante no es frecuente y parece invitarnos a repensar el propio concepto de parque natural o, al menos, los modelos de planificación y gestión aplicados convencionalmente, desarrollados e importados desde ámbitos fundamentalmente rurales.

Esta coexistencia entre espacio natural y urbano, lejos de ser un fenómeno moderno propio de los procesos urbanizadores generalizados en el siglo XX, ha sido un carácter diferenciador de la Bahía de Cádiz desde que —como suele reivindicarse—, hace tres milenios, la fundación de Gadir por los colonizadores fenicios supusiera la introducción del concepto de ciudad en Occidente. Sin embargo, a pesar de esta milenaria presencia humana y urbana y del intenso manejo del territorio que ha significado, la Bahía de Cádiz conserva la mayor extensión de marisma salada de España y constituye uno de los humedales costeros más importantes de la Península Ibérica. Por él, cada año, pasan en migración más de un millón de aves acuáticas de 165 especies, invernan otras 120 mil de 70 especies y unas 6.500 parejas de 20 especies de aves lo utilizan para procrear. Aún nos ganan en número y diversidad. Una veintena de especies de flora amenazada y otras tantas de fauna amenazada habitan un parque natural que tiene por vecinos —pared con pared— a nada menos que 12 polígonos industriales. Un espacio de contrastes, sin duda.

El especial contexto en el que se ubica el Parque Natural Bahía de Cádiz hace que sea también especial la forma de entenderlo por la población de su entorno. Es obvio que en este espacio protegido el concepto de población local no sigue los convencionalismos aplicados a otros espacios naturales, enmarcados en entornos rurales. Pierde sentido la imagen bucólica y nostálgica del lugareño, como un elemento más del espacio protegido. Tres mil años ininterrumpidos de espacio urbano y cosmopolita, con todo lo que ello conlleva, hacen mella en el subconsciente colectivo. Esto no quiere decir que la vinculación de la población con el entorno natural y sus recursos no sea también estrecha. En la Bahía de Cádiz se mantienen casi intactos desde la Antigüedad —o incluso desde la Prehistoria— usos del espacio natural ligados a sus recursos marinos, como el cultivo de la sal, la pesca o el marisqueo. Y también se conservan en su ámbito terrestre usos agrícolas y ganaderos, a apenas unos metros de entornos netamente urbanos. Así, aunque la población de la Bahía mantiene rasgos culturales muy ligados al espacio natural y a sus recursos, que descubrimos en el ocio, en la gastronomía o en el saber popular, el número de sus habitantes que vive de estas actividades primarias y, en general, la dependencia económica de ellas, son muy reducidos en comparación con entornos propiamente rurales.

Este diferente carácter de la población local se aprecia sobre todo en el uso que esta hace del espacio protegido. Aquí es poco habitual el perfil del usuario ecoturista, coleccionista de itinerarios y rutas campestres, que planifica una visita. Aquí el uso público del espacio natural es más popular, más cercano, más ciudadano, más democrático. Así, y cada vez más, el Parque Natural se concibe como la gran zona verde de esparcimiento de los entornos urbanos, utilizada para hacer deporte, para pasear al perro, para pasearse a sí mismos por prescripción médica o incluso para ir de un municipio a otro en bicicleta. Esto implica hábito más que ocasión. Y más en sus ciudades, donde, debido a lo apretado de sus tramas urbanas, escasean las zonas verdes. En Nueva York se pasea por Central Park, en Madrid, por el Retiro, en la Bahía de Cádiz, por su Parque Natural.

Esta reflexión hace plantear dos retos de cara a la difusión del espacio protegido y su acercamiento a la sociedad. El primero es que, a diferencia de otros espacios naturales, en éste, la población local adquiere una importancia destacada como público objetivo para el desarrollo de cualquier proyecto de uso público o difusión patrimonial del Parque Natural. Sin dejar de considerar a visitantes foráneos y ocasionales al espacio como objetivo de equipamientos y actividades, como lo es en cualquier espacio natural, lo que hace especial a este parque desde el punto de vista del uso público es el papel que debe desempeñar la población local, los ciudadanos de la Bahía de Cádiz, como destinatarios de dichas actuaciones. Más aún en el caso de la población de la capital, que, como proponíamos en otra ocasión, siente una escasa identificación con el espacio protegido.

El otro reto, más difícil sin duda, es conseguir superar ese carácter predominantemente doméstico del espacio protegido. La Bahía de Cádiz se ha convertido en los últimos años en un importante destino turístico, basado sobre todo en el sol y playa y en el turismo urbano y cultural, pero la contribución del Parque Natural a esa atracción de visitantes es, a diferencia de otros espacios protegidos de la provincia, escasa o nula. Aunque van surgiendo propuestas que permiten al turista convencional hacer pequeñas incursiones en el espacio protegido y conocer, por ejemplo, salinas y cultivos de estero —aunque de forma un tanto cosmética quizás—, pocos turistas eligen la Bahía como destino para conocer expresamente el espacio protegido. La potencialidad del espacio para atraer visitantes, y diversificar una oferta turística que muestra signos claros de saturación, no está siendo aprovechada. Sectores como el turismo ornitológico son aún poco relevantes en un enclave que debería ser un destino a nivel global para dicha actividad.

Como en Central Park de Nueva York, que recibe 25 millones de visitas al año, en el Parque Natural Bahía de Cádiz ambas facetas del espacio, la doméstica y la turística son compatibles y complementarias y deberían ser una apuesta decidida de las administraciones y sectores empresariales implicados. Invitemos a pasear por Bahía de Cádiz Central Park.

Fotografía: Jose Montero

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