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Parra
Fotografía: Jesús Machuca

“Con mi mano quemada escribo sobre la naturaleza del fuego”, escribía Gustave Flaubert, ese investigador del alma humana que dejó uno de los retratos femeninos más acabados de la literatura en Madame Bovary. Con su mano quemada. Porque nadie puede, en puridad, escribir sobre lo que no conoce, sobre lo que no ha experimentado, en un sentido físico o en un sentido moral. Cuando se intenta hacer arte (literatura, por ejemplo, pero también cualquier arte) hay que experimentar lo que se expresa, hay que involucrarse. No se puede crear arte verdadero desde las afueras, superficialmente, sin bases. No me refiero a ceñirse a lo autobiográfico (inclinación que puede incluso llegar a ser un peligro o un pecado en ciertas artes, si no se maneja con soltura ese material) sino a buscar lo verdadero. Incluso la ficción más peregrina necesita de esa verdad que es el compromiso del autor. También lo dijo Flaubert: “El arte es, de todas las mentiras, la que engaña menos”.

Esta perorata viene a que estoy harta de ver en las listas de “los más vendidos”  novelas, y libros en general, donde el único compromiso del escritor es con su cuenta corriente, donde la literatura se degrada y se prostituye, mientras que aquellos en los que el autor hace de los personajes y de las tramas un campo de experimentación propia, acumulan polvo en las estanterías.

Si en otras ocasiones he proclamado eso de “leamos, leamos, todo lo que nos venga a las manos”, hoy me desdigo y deseo que todos leamos, sí, pero que escojamos sin dejarnos llevar por las cifras de ventas. Que busquemos libros escritos “con la mano quemada” de sus autores. Me atrevería a decir que son los únicos que nos cambian la vida.

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