Soy como el pan. No por buena, ni por blanda, ni por crujiente, ni tampoco por ser el mejor pan del mundo, solo soy pan.
Soy de ese pan que en las capitales llaman de pueblo, en los pueblos llaman de campo y en el campo llaman pan. Mujer soy, sí señor, mujer de pueblo y en el pueblo mujer campo. En el campo me llaman MUJER, así, en mayúsculas. Pero en mayúsculas, MUJER me siento esté donde esté.
Y no me va del todo mal, a pesar de las batallas que lidio a diario. Aunque siendo sincera, lidio las mismas batallas que lidia un perro o las mismas batallas que lidia un niño o las que lidia la frutera, las mismas batallas de mi vecina, la misma de mi hermano. Ser Mujer en definitiva no me hace sufrir ni más ni menos.
Eso sí, conozco cada resquicio de mi cuerpo y creo en el poder de mi etiqueta. Sé que el vuelo de mi falda perfectamente podría cambiar el rumbo del viento, una tarde de verano. Sé que la música roja que vive en mi volcán perfectamente puede convertir la tierra en más tierra. Reconozco la sangre de mi hermana en cualquiera de mis heridas. Estoy la primera en la lucha porque ser mujer hoy significa lucha.
No obstante, lo de nacer o no nacer bajo la encina es un suplemento que me hace igual de mujer que a cualquier hombre. La única diferencia es que la encina me reconoce. Y al hombre de pueblo lo llama hijo y al de ciudad lo llama hijo y al de campo, lo reconoce. Como al pan que sabe a pan, como al pan que es verdadero.
Soy hembra y orgullosa llevo esa etiqueta pero soy muchas más cosas. Soy amante, soy libre, soy amiga, soy hombre muchas veces, soy también limpiadora y a veces he sido pareja y camarera y también soy alumna y viento y ventana y otras veces soy idiota y terca y esclava. Y soy mujer y hermana de mis hermanas y la primera guerrera en la lucha y compañera de mis compañeras. Beso el suelo de donde nacen las raíces de una hembra y beso el suelo donde nacen las raíces de un hombre. Beso la tierra. Y sé bien cuáles son las heridas de las mujeres, la sangre seca, las huellas de nuestra historia. Y ofrezco mi puño cerrado, mi luz, mi fuerza, mi libertad, mi etiqueta. Pero no soy bandera.
Soy hembra. Soy mujer donde quiera que esté pero la encina me reconoce igual que al hombre.
Soy PAN y no puedo estar en contra ni de la harina, ni del agua, ni del trigo.
Ante todas las cosas, soy PAN, pan a secas.
Fotografía: Fani Escoriza