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Sopranis completa

Fotografía: Jesús Massó

“¡Que fragor el del sol entre los árboles!”, decía Ángel González del otoño texano. Y es verdad que el sol sigue reverberando entra las altas copas mientras doy mi habitual paseo de media tarde (cada vez más corto) a las afueras de Misalito. Mis vecinos son gente amable y afectuosa que tras las últimas lluvias torrenciales nos ayudaron a sacar del barro el coche de Elena, que cuelgan en su porche la bandera de las barras y estrellas, y que cuando me preguntan por mis orígenes no saben identificar muy bien en qué parte de México se encuentra España.

Mientras me detengo a observar las flores de cactus que bordean el camino, y que ya empiezan a languidecer después de su efímera eclosión, no puedo dejar de pensar en el último sondeo electoral que la cadena local Univision ha realizado en la que ahora se ha convertido en mi pequeña comunidad. En Misalito, con una población de 3786 almas, el porcentaje estimado de voto a Ms. Clinton es el 34 %, mientras que Mr. Trump obtiene el 63 %. Las cifras de la emisora desmienten las estadísticas de Real Clear Politics o de The Washington Post, que auguraban un progresivo desplazamiento del estado de Texas desde el rojo republicano al azul demócrata.

Mis vecinos son gente amable y afectuosa en los que me cuesta descubrir el menor rasgo del matonismo que caracteriza al candidato emergente. La mayor parte de ellos son apacibles jubilados que tienen a sus hijos repartidos por todo el país como consecuencia de la movilidad laboral estadounidense y ese laxo sentido de la familia propio del carácter anglosajón.

Mis vecinos son gente amable y afectuosa que nos invitan a sus “cheese and wine parties”, y que después de la primera botella de vino californiano hablan con cierta amargura del sueño americano. Dicen que ya no reconocen su país, y hablan de la grandeza perdida y de la debilidad ante las amenazas exteriores. Desconfían profundamente del estado, que utiliza sus impuestos para privilegiar a las minorías y a los extranjeros. Pero yo no detecto en la comunidad tensiones raciales: no recuerdo haber conocido nunca a ningún residente afroamericano y los jardineros (los Emilio, Juan o Benito) tras acabar la jornada retornan a sus casas en Santa María de las Ánimas o en Oxxville, después de haber sido amable y afectuosamente tratados. Cuando les digo a mis vecinos que soy extranjero se sorprenden e insisten en señalar que no se nota lo más mínimo. Luego me palmean el hombro y me preguntan con una magnífica y azarada sonrisa: “¿A que este es un gran país?”, aunque lleve viviendo en estas tierras más de cuarenta años.

Federico sopranis articulo

Le trasmito mi perplejidad a Edward Youngblood, el nativo tankawa que habita en el destartalado taller de mantas tradicionales donde suelo concluir mi paseo, allí donde el pueblo pierde su carácter residencial y empieza el desierto. Durante un buen rato permanece silencioso, como es habitual en él antes de dar cualquier tipo de respuesta. Finalmente me dice que lo que realmente le preocupa es la carta que ha recibido del Misalito Council Office, que le insta a encerrar las gallinas para impedir que deambulen a su antojo por los caminos.

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