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A mediados de agosto, la patronal gaditana de Hostelería aportaba, al igual que hacían otras patronales andaluzas del sector, un primer avance sobre la marcha de la actividad durante el verano: un compendio de números y porcentajes de visitas y de reservas y pernoctaciones en establecimientos hoteleros.

Estas baterías cuantitativas tienen obligada comparación con ejercicios anteriores, sacralizando el “crecimiento” de un año para otro o, en su caso, advirtiendo como necesariamente “negativo” el retroceso en algún punto porcentual. En el supuesto que existan tales datos “negativos” la patronal suele demandar a las autoridades locales mayor apoyo a unas actividades turísticas presentadas, cada vez más, como una suerte de servicio público prestado al conjunto de la ciudad. El caso de la ciudad de Jaén es llamativo: el presidente de los hoteleros ha tildado de “descalabro” la baja tasa de ocupación de los alojamientos de la capital durante el puente de agosto –“un inadmisible 35 %”-, responsabilizando de ello “a las políticas en materia de turismo” (Diario Jaén, 17/08/2019). Al margen de otras consideraciones, la temperatura máxima en esta ciudad alcanzó el día 15 de agosto los 38º.

Turismo en cadiz con t de tragedias
Fotografía: Jesús Massó

A pesar de todo, un par de hechos parecen incontestables: uno, el turismo continúa generando un importante volumen de negocio; dos, los datos apuntan, no obstante, síntomas de ralentización, de estancamiento o, cuando menos, algunos cambios de tendencias.

La ciudad de Cádiz asiste en los últimos años a un notorio crecimiento y diversificación de las actividades turísticas. A la tradicional afluencia de visitantes de veraneo, en su mayoría procedentes de otras provincias andaluzas o españolas, se han unido los impactos del crucerismo, de determinados eventos y espectáculos, distintos programas de movilidad académica o el denominado “turismo cultural”, o “turismo urbano”, modalidad en auge en el conjunto de ciudades andaluzas.

“Cádiz está de moda” se repite desde el sector, lo que se traduce en aumento de visitas y pernoctaciones, en la proliferación de otras formas de alojamiento y en la apertura de nuevos negocios… La capital gaditana ha mejorado su “posicionamiento turístico” con relación a otros lugares de la provincia, y los datos manejados por las entidades privadas y “público-privadas” refrendan un mantenimiento, aun con altibajos, de la actividad. Aunque la ocupación de los hoteles de la ciudad ha experimentado en julio un descenso de tres puntos con relación al mismo mes del año anterior, descenso similar a otras poblaciones de la Bahía, se preveían ligeras subidas para el mes de agosto.

Esta situación no es fácil de interpretar pues debe considerar el peso creciente de otros alojamientos (apartamentos, viviendas con fines turísticos, alquileres informales), en no pocos casos irregulares, lo que complica el contaje y explica, relativamente, la disminución de la pernoctación registrada frente al aumento de visitantes.

En cualquier caso, algunos datos podrían apuntar que se ha tocado techo: incertidumbres vinculadas al Brexit, situación económica alemana o italiana, recuperación de países competidores del Mediterráneo Sur que se vieron afectados por distintos conflictos… Son elementos que pueden afectar a la demanda; así, por ejemplo, el aeropuerto de Jerez ha visto disminuir su número de pasajeros en alrededor de un 3 %, sobre todo procedentes del mercado alemán, según datos oficiales de AENA.

Procede también reparar en ciertas debilidades de la propia oferta. La provincia de Cádiz aparece entre las andaluzas peor valoradas en la Encuesta de Coyuntura Turística de Andalucía del primer y segundo trimestre de 2019, hecho al que habría que unir efectos de la alta presión turística de los últimos años en determinadas fechas y lugares e incluso imprevistos climatológicos u otro tipo de contingencias.

Todo esto nos sitúa ante una cuestión estructural: la debilidad de las actividades turísticas. Lo que a su vez nos alerta sobre derivas económicas excesivamente turistizadas, cuando no cada vez más fundamentadas en un inestable e insostenible monocultivo turístico que parece haber renunciado a modelos productivos más sólidos, diversificados y sostenibles. Las actividades turísticas podrían constituir ya el 14 % del PIB de Andalucía.

Otra debilidad crítica –otra tragedia– nos remite al empleo y la calidad de buena parte del empleo generado. Cierto es que estas actividades conllevan contrataciones pero también lo es que estas se caracterizan por la precariedad y los bajos salarios, por constituir en gran medida una “ocupación-refugio” con alta rotación y escasa profesionalización, en un contexto de irregularidades laborales, débil acción sindical e incumplimientos de convenio; o de auto-sobreexplotación de trabajadores y trabajadoras autónomas y de pequeños industriales en modestos negocios familiares y de temporada. Según datos del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE), en el pasado mes de julio los contratos temporales superaron el 90 % de los contratos firmados y aproximadamente la cuarta parte tuvieron una duración inferior a una semana. Recientemente, la prensa local ha destacado en titulares que el festival No Sin Música “ha creado 300 puestos de trabajo”. El No Sin Música ha durado… cuatro días. Conviene recordar que la ciudad de Cádiz ha perdido, entre 2000 y 2018, más de veinte mil habitantes.

Además, entre estas tragedias del turismo en Cádiz, cabe registrar otra de la que apenas se habla. La gran afluencia turística genera importantes costes que son sufragados desde distintas administraciones públicas sin que suelan aparecer debidamente contabilizados. Limpieza y mantenimiento de playas y del conjunto urbanístico, tráfico, seguridad y policía, gastos sanitarios u otros servicios. A ello cabría añadir los costes de oportunidad derivados de recursos y dedicación retraídos a otras actividades económicas.

Valga un último apunte sobre al menos otras dos tragedias urbanas relevantes de la turistización en que está inmersa la ciudad de Cádiz, ambas que impactan directamente en la ciudad y la ciudadanía e, incluso, virtualmente, en la calidad de la propia oferta turística. Una refiere a las alteraciones en el espacio público: masificación de las playas y de otros lugares, pérdida de dinámica e identidad local de espacios y actividades tradicionales, contaminación acústica o proliferación de terrazas y veladores u otras formas invasivas de calles y plazas. Otra guarda relación con la multiplicación de viviendas con fines turísticos, estimadas en más de un millar, que contribuyen a la disminución del parque de alquiler residencial y al encarecimiento de rentas favoreciendo procesos de expulsión de población de barrios históricos.

Un análisis riguroso del proceso de turistización de nuestra ciudad debe exceder la habitual comparación de sopas de cifras. Y demanda, al igual que en otras ciudades andaluzas, miradas más amplias, críticas y constructivas. Las tragedias del turismo en Cádiz nos interpelan de manera sistémica sobre nuestro modelo de ciudad y sobre nuestro derecho a la ciudad. De un lado, Cádiz es presionada hacia un modelo ultra-neoliberal de ciudad mercantilizada y regida por intereses de grandes y pequeños grupos económicos y lobbys, globales y locales; de otro, estamos ante la pertinencia de un modelo urbano que inserte distintas actividades –el turismo entre otras– en un proyecto de ciudad más amplio, sostenible y democrático, con el concurso del conjunto de agentes y actores económicos, sociales y ciudadanos.

Nuestras autoridades tienen la palabra. Y la ciudadanía –usted y yo, por ejemplo– también.

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